Diario de León

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La desacralización de la Navidad no es nueva. Es solo que ahora los hábitos del disimulo se han evaporado ante esta nueva religión laica que cada vez tiene más adeptos. Es la mística de la cursilería, una teología que consiste en apañarse con el espumillón que Netflix produce en serie para que nos vayamos a la cama sin pensar, sin rezar y sin sentimiento de culpa.

Navidad viene de Natividad y, en inglés, Christmas hunde sus raíces en Cristo, en el alumbramiento en una cuadra de un niño perseguido. Con eso quieren acabar y, con ello, con todo lo que suene a piedad, a misericordia —padecer con los miserables— y a redención. Ese momento en Belén arrolló para siempre la historia de la Humanidad y lo hizo tanto para los creyentes como para los ateos porque a todos nos sobrecogen los menores que estos días siguen a las puertas de Polonia en el invierno de Europa. No se engañen. El borrado de cualquier historia que nos recuerde a María y a su sufrimiento no va contra la Iglesia sino contra la manera de entender la vida que hemos tenido hasta hoy.

Este nuevo superhombre que nos espera como un fantasma tras el dintel de la nueva era nos quitará el dolor, pero con él se irán también la esperanza y la felicidad. La nada consumista no es capaz de forjar alegría y la magia que no conlleva sacrificio es incapaz de transmitir el anhelo de algo superior.

Rodrigo Cortés es el director de  El amor en su lugar , cuya traducción original debería ser  El amor busca una habitación.  Un grupo de jóvenes representa cada tarde una obra de teatro a pesar de saber que lo único que les espera es la muerte. Cortés nos obliga a respirar su aire, a compartir el hambre, el frío, el miedo, el ahogo y la muerte de un momento en el que Dios desapareció de la Tierra. El gueto de Varsovia es el escenario de una historia de amor en la que la esperanza de poder vivir, aunque sea un día más, hace que la certeza del horror y la muerte se difuminen. La Navidad se entiende en todos los credos y en cualquier idioma y una canción en yidish nunca celebró con tanta fidelidad el kilómetro cero de lo que somos.

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