El virus de la hostilidad
Durante la pandemia ha aumentado la hostilidad y la irritabilidad en las personas sanas, las que antes de que apareciera el virus disfrutaban de relaciones tranquilas y de fácil comunicación. Al resto, el ataque y la agresión les viene de fábrica. Esa es la conclusión de un estudio llevado a cabo por científicos de la Universitat de València dirigidos por Selene Valero y José Gil, investigadores de la Facultad de Psicología y Logopedia, que han analizado los cambios en la conducta del sueño y la estabilidad emocional de pacientes tanto sanos como con patologías previas antes y después de la pandemia, un acontecimiento traumático que ha afectado a la salud mental global. La reacción de cada persona ante una situación estresante es un indicador de su personalidad que las empresas sometidas a una alta exigencia en la cuenta de los resultados tienen muy en cuenta a la hora de seleccionar a los líderes que ponen al frente de grupos de personas diversas. ‘Dime cómo reaccionas y de diré quién eres’, podría ser la conclusión y la medida de lo que somos. El estudio que ha realizado la Universitat de València demuestra una realidad que se recrudece aún más cuando las personas que tienen que dar ejemplo no están a la altura. El bochornoso espectáculo con el que nos martirizan día sí y día también algunos representantes políticos ya nos dejan ver desde hace tiempo unas señales de riesgo en la adaptación a la nueva situación que puede llevar al desastre a toda esta gran empresa familiar que es España. La reacción ante determinados sentimientos hace que los humanos seamos imperfectos. El nulo interés general por la educación emocional, un asunto que en según qué sectores es siempre motivo de burla y menosprecio, coloca algunas relaciones personales al borde de la tragedia. La envidia, la ira, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula y la pereza son emociones absolutamente normales que en ningún caso deben inculcarse a los niños y niñas como malos sentimientos. Lo que hacemos con ellos y cómo los gestionamos sí nos hace diferentes. Es natural sentir envidia alguna vez, lo que no es tan normal es cómo actuamos y reaccionamos ante esa emoción. Si elegimos reconocerlo, aceptarlo y seguir con nuestra vida habremos conseguido un paso más hacia esa tan ansiada sabiduría que algunos atribuyen sólo al paso de tiempo. Por el contrario, mostraremos nuestra verdadera cara si dirigimos nuestras acciones a dañar y perjudicar a la otra persona. Esa es una de las mejores enseñanzas que les podemos dejar en herencia a nuestros hijos para que, de una vez por todas, las palabras groseras, los insultos personales, físicos y acosos de todo tipo dejen de ser la puerta de escape más cómoda para una persona atrapada en tumultuosos dolores que hacen imposible la convivencia.