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Nunca nos habíamos mirado tanto a los ojos como desde la implantación del uso de la mascarilla. Quizá para la identificación que no niegue el saludo. Posiblemente, quién sabe, pensando que los ojos conducen hasta el reino secreto del alma, que seguramente al morir se transformará en pájaro. Hasta es fácil que sea para perderse por la generosa gama de colores que los ojos encierran y sustentan no pocas promesas de amor. Hay, creo, un nuevo descubrimiento de los ojos y su infinita riqueza. La reflexión y el retiro a los que nos someten las circunstancias que estamos viviendo hacen aflorar pensamientos que nos son o eran desconocidos.

Ocurre también, cómo no, que sintamos la mirada ajena como un atrevimiento o una amenaza de que alguien esté espiando nuestros pensamientos, una especie de ojo orwelliano de la vigilancia del espíritu. ¿Estará escrito el pensamiento en los ojos? ¿Estarán escritas en ellos sobre todo las fantasías del pensamiento? Estas últimas pertenecen a esa irracionalidad agazapada que tanto intentamos preservar, quizá por inconfesables, y que son, sin duda, patrimonio común. Otra cosa es el discurso racional y su relato, más a la intemperie y más alejado del pudor. Por eso, en el primer caso especialmente, a veces apretamos o apartamos los ojos pensando que así se cierran las ventanas de nuestros pensamientos —y nuestros sueños—, alejándolos de la vista de los demás.

Pero nada, o poco ocurre al azar, aunque sea cierto que la preocupación distorsiona la realidad. ¿Será cierto, se preguntan algunos, que para sobrevivir tengamos que mantener pensamientos, sueños y pasiones a raya? La duda provoca la distorsión y exige el cierre de todas las puertas interiores y así evitar la desnudez de lo que el espía puede considerar vergüenzas. Acaso curiosidad malsana, aunque uno cree sinceramente que es bueno abonar historias y sueños si te dejan dormir. Ningún tope a la condición humana si no es agresiva, aunque corra por los barrancos de las fantasías.

En los ojos reside buena parte del poder del ser humano, también su debilidad como contrapartida, en ambos casos sobre todo cuando están llenos de lenguaje. Porque los ojos hablan pero también cambian según las personas que los miren. Los espías suelen tener la mirada turbia y son incapaces de llegar a los espacios limpios y claros del pensamiento. Necesitarían otro tipo de mascarilla para no distorsionar los andamios de las almas ajenas.