A su sencilla manera
Ya les he contado aquí que si pudiera volver atrás sería un niño bueno. En Navidad se me acentúa. «Los Reyes Magos tenían un camello para mí solo y cien elfos trabajando a destajo para empaquetar mis juguetes», me dirá don Perfecto. No pido tanto, me conformaría con tener algo de personaje de Mihura. Hace años que no percibo la Navidad como un tiempo de niños. Los padres son -¿somos?- el misterio. Y luego, cuando pasan estas fechas muchos sentimos que -como cristianos- no hemos estado a su altura, como también ya he escrito aquí. No me tengo por un conservador al uso, me gusta la innovación… pero en lo navideño aún más todo aquello que ya me sé, como lo sabían mis padres y lo supieron sus mayores. Los ecos que vuelven. Lo admito, no tengo interés en escuchar Noche de Paz en versión rock satánico. El infierno puede esperar. Por supuesto, en cada casa tienen su propia manera, incluso para el humor. A mí, durante los preparativos de la cena de Nochebuena me gusta canturrear en la cocina ¿Qué sabe nadie/ lo que me gusta o no me gusta de este mundo? , mientras mi mujer me impide echar tabasco a los polvorones. Hasta me gusta que pongan por la televisión el especial de Rafael. Ah, la vida. Ayer, en la calle, coincidí con una mujer que paseaba para airearse de la agotadora tristeza de ver a su padre en un hospital. Por la tarde, un joven brillante a quien le hubiese gustado dedicarse a la literatura y/o enseñarla comparte conmigo su angustia por trabajar en algo que no le gusta, aunque está bien renumerado. Por la noche, al teléfono, escucho a una amiga llorar. Para todos nosotros, mañana será otro día. ¿Escuchas también el eco de lo que vuelve?
He escrito ya la carta a los reyes. Algo sobre el teatro de Cervantes. Hace ya mucho que desistí en lo de pedirles el número del móvil de Jennifer López, o el de la caja fuerte de Fort Knox. Eso ya solo se lo traen a los nietos de don Perfecto.
En el Quijote se le llama al enamoramiento la «amorosa pestilencia». Según Rico, hasta el Renacimiento el amor era considerado enfermedad. Sigue sin cura, en ninguna de sus manifestaciones. Y que dure. Ah, ojalá pudiese ser adulto bueno, a la sencilla manera que lo fueron mis padres. Feliz Navidad, lector.