La conjura
La mayor conjura de la humanidad, revalidada todavía después de más de dos siglos del escenario que la gestó, se arma sobre el nacimiento de un guaje en mitad de un establo una noche en la que todas las puertas se cerraron a la reclamación de encontrar posada. Más o menos como ahora en los campos de Moria, en la isla griega de Lesbos, pero con Pilatos en el papel de la Unión Europea (UE). Como argumento inicial, no hubiera sobrepasado el primer filtro para los guionistas de Netflix. Los productores hubiesen reclamado un dragón rescatado del averno, un psicópata alimentado por el infantilismo de las redes sociales que extendiera sus crímenes a modo de juego o un episodio histórico pasado por la túrmix de los colaboradores de Sálvame para rentabilizar la inversión con el aliento de la audiencia. Nadie habría financiado la superproducción. A ningún inversor se le ocurriría apostar por un producto como el que levantaron un profeta, los seguidores de una religión con cuatro evangelistas y una docena de apóstoles salidos de una cena en la que se sobrepasaron las restricciones sanitarias hasta extender el contagio como no se había visto en la historia. Dudo que tuviese siquiera espacio en una de esas noches de La 2 para intelectuales, nostálgicos o frikis con las que la cadena pública se da el barniz de alternativa. Pero aquí estamos, otra Navidad, entretenidos en dar cuerda a un relato en el que traspasamos el testigo generacional para que sobreviva el niño en el que nos resguardamos cuando el tiempo deja muescas en los párpados.
La suma interminable de cómplices que alientan su continuidad abona el éxito de la confabulación. No conozco a nadie que haya evitado participar en algún momento en el complot con el que se alimenta el espíritu navideño. Hay quienes, durante unos años, traicionan la infancia para desafiar al relato del regazo del árbol en la madrugada de Nochebuena o del umbral del Belén la mañana del 6 de enero, pero luego se arrepienten. Querrían volver a ese momento en el que se empezaron a desilusionar para siempre. Hasta que entonces comprenden que la historia les reclama para que no traicionen a quienes fueron. No hay más que una verdad inmutable a la que rendirse y por la que merece la pena todo. Si alguien les dice lo contrario, no les crean. Los reyes son los niños