Diario de León

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Es mejor no hacer planes. A un tris del castañazo de dimensiones siderales, lo menos aconsejable para la salud mental es meterse a interpretar señales. La última noche que la niebla y las nubes bajas dejaron pasar al firmamento, se disparó el insomnio, en busca del haz de luz que envuelve la cáscara del huevo del día final. Eres de en quien piensas cuando ves la luz; la luz que guió a los reyes magos que nos enseñaron a dibujar con un rastro de tres picos, y que los minuciosos obsesivos remataban en el rabo de cinco puntas de la mahou; la luz del amanecer que rompe de sopetón; la luz de diciembre, que se da mus con el sigilo del amante desengañado; esa luz, que devolvió a las cigüeñas al andén de las farolas de la ronda Este en la sala de estar de Nochebuena. Las cigüeñas también son señales, con sus alas arqueadas para ventilar el alma empapada de la lluvia del invierno, antes de reabrir los nidos adosados en las choperas de la Granja, la casa que las vio nacer el otro mayo. En The Daily RIP, ya saben, ese chou televisivo de la última tentación de Netflix que ocupa desde hace cinco días las mentes sensibles de la humanidad con su spot de fin del mundo, dejarían también para los postres la entrevista al ornitólogo capaz de interpretar como signo apocalíptico los criterios que llevan a las aves migratorias a reservar el billete de vuelta con medio año de antelación. Porque, creo yo, las cigüeñas estas que se presentaron en medio del diluvio navideño al pie de la Candamia ya tenían programado el viaje de regreso aquel día de julio que pusieron rumbo al sur, con viento favorable, que arranca del serano del estío leonés. Los pájaros no improvisan el instinto. Diciembre debería estar prohibido para los melancólicos por indicación médica. Ni probarlo; ni olerlo; ni un sorbo; ni una calada; ni un culín, ni ras a flor de piel, que ya se sabe que del roce nacen las caricias, del iris, los besos, y al abrir los ojos y mirar arriba, está la luz. Y la luz deslumbra cuando su propósito es alumbrar. Solo nos faltaba ahora que el PP perdiera las elecciones de la víspera de los enamorados por esta fiebre de análisis crítico que se contagia a través del móvil como el ómicron en las distancias cortas en las que apetece morder labios como Adán aquella manzana.

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