Sed de centralidad
Son brochazos inspirados en hechos reales de fácil verificación. A saber: coste de la vida por las nubes, España que produce mucho menos de lo que debe, unos niveles de crecimiento muy por debajo de los previstos en el marco presupuestario, nuestra primera industria nacional seriamente tocada (turismo) y un creciente malestar sectorial.
La pregunta es si la desactivación de esas amenazas, que siembran la incertidumbre entre los emprendedores y afectan a la estabilidad del país, puede ser afrontada con éxito desde un poder político sostenido por enemigos del Estado que se alimentan de su fragilidad (la del Estado, se entiende).
Y la respuesta nos remitirá inmediatamente a la desatendida sed de centralidad que, a mi juicio, tienen las capas mayoritarias de votantes socialmente desalentados y políticamente huérfanos. El milagro podría hacerlo la Unión Europea. Es decir, la condicionalidad del uso y disfrute del volquete multimillonario para la remontada, que viene vinculado a compromisos de reformas no compartidas por los socios de Sánchez (secesionismo y populismo de izquierdas).
Lo malo es que, mientras la UE empuja a Sánchez hacia el centro, la política nacional empuja a sus actores hacia la polarización. Véanse las dos últimas entregas del infantilismo partidista que se reconoce en una España política dividida y crispada:
Una fue la inexplicable adhesión del PP a una propuesta incompatible con su historial (más dinero para la inmersión en lenguas propias de las llamadas nacionalidades históricas), con el único propósito de retrasar la aprobación parlamentaria de los Presupuestos Generales del Estado para 2022.
La otra ha sido, está siendo, el absurdo desmarque de los amigos nacionalistas del Gobierno respecto a una reforma laboral concertadas por los agentes sociales.
Un desmarque al que, para que no falte nada, también se ha unido un PP que no comparte absolutamente nada con dichos amigos de Sánchez. Pero se suma a ellos si se trata de poner palos en la rueda del Gobierno, incluso cuando hace las cosas bien.
Y son estos bandazos del dirigente principal de la oposición, Pablo Casado, así como el culebrón Ayuso (un kafkiano haraquiri a cámara lenta del PP), los que están rebajando su hasta ahora irresistible ascensión en los sondeos electorales.
En todo caso, no es la colonización del centro deshabitado lo que inspira la política del partido en disputa por el poder actualmente en manos de los socialistas. Lo peor es que tampoco los socialistas muestran demasiado interés, por no decir ninguno, en descolgarse de los enemigos del Estado y diseñar su futuro en las más tranquilas praderas del centro político.