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El overbooking generacional y su nomenclatura, generalmente inglesa, empieza a ser, o es una realidad. Era Ortega el que espaciaba en catorce años el cambio de una generación a otra. La teoría de las generaciones, troceadas por años sin regularidad y con nombres distintos, aunque tengan rasgos comunes bien acentuados en determinados ámbitos –el occidental, por ejemplo—, depende, por supuesto, de los contextos históricos de cada país. Eso sí, ninguna es más, o menos, válida que otra. Todas responden a unos criterios y «exigencias» del guión del momento, aunque los supuestos en que se apoyan resulten a veces difíciles de entender, una de las notas distintivas de los llamados cambios generacionales.

La Generación Y –los Millennials—, hoy entre los veinticuatro y cuarenta años, sigue a la Generación X y precede a la Generación Z, aunque empieza a despuntar la Generación Alfa (acabado el alfabeto latino, empieza el griego), esta la primera en nacer completamente en el siglo XXI. Las más cercanas en el tiempo, y en general, con el arroz un poco pasado por la rapidez con que se suceden, fijan parte de su atención en los boomers, esa generación que suele fijar su nacimiento entre 1946 y 1964: estos maduritos, que ponen en valor el trabajo, la constancia, la honestidad y la fidelidad, están ajenos a los cambios generacionales, tienen cierta fuerza y los políticos sienten miedo de su poder colectivo aún no explotado. Nada de extraño, por tanto, la infinidad de estrategias de manipulación social, surgidas incluso entre los teóricos guardianes de la noticia. Sobre todo porque, entre otras cosas, tienen hoy notables sentimientos arraigados de independencia.

En la amplia franja de «¡Muera el romanticismo!», definen estas generaciones últimas a los maduros como neorrancios porque miran al pasado con la venda del recuerdo y pretenden convertir la experiencia propia en universal. Se preguntan, por ejemplo, cómo es posible mantener una relación matrimonial o sentimental durante más de doce-quince años o qué sentido tienen los encuentros y reuniones con los viejos compañeros de colegio o instituto.

Los relevos generacionales y los cambios de paradigma, tan acentuados, por ejemplo, viendo ciertos programas televisivos, forman parte de la cadena silenciosa de la historia. Todos son necesarios, pues los distintos enfoques enriquecen la realidad. Pero ninguna generación posee la verdad absoluta. Es necesario tenerlo siempre en cuenta.