Corazón blanquiazul
Hoy se cumple medio año del fallecimiento de mi tío Juan. Un amigo suyo me pidió entonces que le dedicase una columna. Pero ‘se me hizo bola’. Se juntaron muchas cosas y demasiadas emociones.
El fútbol es así. Sueños y añoranzas. Como en ese Madrid que presume de Gento, de sus leyendas y mitos. En julio, fueron horas intensas marcadas por el corazón blanquiazul, ese que se le quebró a uno de los socios más fieles de la Deportiva, sí, la Deportiva. En el tanatorio, con el club casi centenario en boca de tantos aficionados desde la niñez y por sangre, se dejaron como siempre para los recién llegados los términos Ponferradina y Cultural —todo aficionado que pisó Santas Martas antes del destierro a Fuentesnuevas dice la Leonesa—.
La búsqueda en el césped de la lentilla de Tyrone, el gol cien de Isauro, la autodenuncia del árbitro en el telegrama ‘retocado’ en el Hotel Madrid, el gol de Acorán en el Bernabéu, la caja de farias, los sexy bois, las bromas de Milocho, el puro de Joyas, Eduardo volando hacia una escuadra, el ascenso de Fran, aquel chaval Manolito Peña que emigró a Pucela para marcar un hat trick en el Camp Nou, el bulo de la camiseta de Maradona... tantas historias que se entremezclan en casi diez décadas de sentimiento, sufrimiento y sonrisas. El deporte se escribe así, en gestas de segundos y dramas que perduran semanas.
Aquellos veteranos curtidos en mil batallas quisieron reconocer ese día el recuerdo de una generación que hace 25 años salvó el club. Con los Juan —Fra y Miranda— apostados en las puertas de Fuentesnuevas para acabar con la inmemorial costumbre de colarse por ser vos quien sois; con Martín en el palco ‘atracando’ para captar los 18.000 euros —de hoy— que depositó un ponferradino para evitar que ese mismo día el club desapareciese. Con la avenida de España llena de botellas de vino berciano para venderlo. Llevando a la plantilla a los desplazamientos en sus coches. Con bocadillos hechos en casa y poniendo de taquillera a una hija adolescente. La misma que siendo bebé vio cómo su padre se llevaba a medio banquete del bautizo al padrino para ir a Fabero a un partido de la Deportiva. El que no logró cerrar su último partido para conseguir seriedad y respeto a los socios en un equipo cuyo seguidor más antiguo tiene el carné ‘número 2’.
Quizá por todo esto, esas gentes que vivieron el balón remendado, la precariedad de engañar en casa para pagar una nómina del equipo o de pisar tantos campos infames valoran mejor esa Deportiva en puesto de fase de ascenso a Primera. Y es entendible que envidien al Madrid al ver su orgullo. Sin intentar celebrar todo un siglo mirando a unos pocos años. Años de oro, sin duda. Pero que no habrían llegado sin ese pasado de esfuerzo... y que quizá vuelva.