Largas vidas
La muerte de Saturnino de la Fuente, el supercentenario leonés que estaba a punto de cumplir los 113 años, ha sido un acontecimiento mundial, la hazaña de la longevidad. Saturnino pasó de ser un hombre bajito, tranquilo y anónimo a convertirse en protagonista de una gran historia como abuelo del mundo, tal fue reconocido por el Guinness World Records.
En las últimas décadas la esperanza de vida aumentó de forma considerable gracias a la sanidad y al bienestar. Seguramente gracias también a la vida austera que han llevado unas generaciones marcadas por la guerra y la miseria de la posguerra. Algunas personas como Saturnino llegan a largas cifras de años sin tomar un medicamento. La naturaleza les ha dado unos genes y una fuerza sorprendentes.
Esta misma semana mi tía Adelina, una de las hermanas de mi madre, cumplía 99 años, con la misma sonrisa que ha acompañado su rostro a lo largo de su larga vida, a pesar de los reveses sufridos, y con ese color rosado en las mejillas que identifica a una parte de la familia Alonso. Mi tía Estelita, que lo es por parte de padre, vive sola y sigue bordando con 97 años. Su vida no ha sido un camino de rosas, pero ha dejado las penas en puntadas de color y gusto por las cosas bien hechas, como lo ha tenido siempre una parte de la familia Gaitero.
Son largas vidas que nos conmueven. Firmaríamos por llegar a cumplir sus años, solemos decir. La longevidad es un valor que se ha ido acrecentando a medida que la desigualdad social y económica se lograba limar con los avances tecnológicos y científicos del siglo XX, acompañados de políticas públicas de protección social, educación y sanidad.
Personas como Saturnino o incluso mis tías, bastante más jóvenes, no imaginaban en su infancia que un día bastaría con darle a un botón para calentar la casa, sin tener que atizar la cocina. El progreso tecnológico sigue en su carrera imparable, pero en las últimas décadas el progreso social se ha invertido y la crisis energética empieza generar conflictividad mundial.
Las desigualdades se acrecientan en una sociedad que escatima impuestos a los más ricos y donde crece el populismo ultraconservador que promete el jarabe de Fierabrás como solución a la impotencia en la que viven cada vez más personas. Un tiempo en el que el bit gobierna nuestras vidas por encima de parlamentos y leyes.
El informe de Cáritas y Foessa dice que hay 11 millones de personas en exclusión social y que la cohesión social está en shock tras dos crisis, la de 2008 y ahora la del covid. Tener bienestar a través del trabajo es una quimera para cada vez más gente y hay que inventar formas de conquistar nuevos derechos para que el ascensor social no quede definitivamente parado en el sótano. Levantarse del fracaso o morir de éxito.