Con partidos de Estado, este país sería otro
Hacía tiempo que la política internacional no asomaba por España, salvo algunos perdigonazos sueltos a cuenta de Venezuela o de Cuba. En otros países suceden cosas parecidas: lo que interesa a los medios es, básicamente, lo interno. Pero todo ha cambiado de pronto: la mirada viaja preocupada al Este de Europa por Ucrania, con el rottweiler ruso ladrando desafiante en la frontera.
Los países de la Unión Europea y los partidos españoles no han perdido la ocasión para dividirse. Faltaría más. Unos, decididos con la OTAN; otros, como Hungría, con complicidad discreta con Rusia, seguramente por su dependencia histórica; Italia y Francia, atlantistas sin duda, pero buscando espacio propio; y Alemania enviando cascos en vez de armas a Ucrania, lo que ha indignado a su población. En el Gobierno español de coalición, el Partido Socialista de Pedro Sánchez juega a la posición OTAN, o sea con Estados Unidos; pero los ministros de Unidas Podemos han desenterrado lo que Fernando Onega explica bien en un artículo titulado «Pacifismo ingenuo, falso progresismo». En la derecha hay división también: se diría que Vox empezó simpatizando con Putin, aunque luego declaró que «hay que defender las fronteras»; mientras, el Partido Popular se alinea con el Gobierno, sin que sirva de precedente. Su portavoz, el alcalde de Madrid, Martínez Almeida lo resume así: «Es una cuestión de Estado y el Partido Popular es una fuerza de Estado». Da gloria oír esa declaración pero entristece saber que caduca enseguida, como los yogures. Si en España prevaleciera el sentido de Estado en el debate político, seríamos otra cosa y no gastaríamos tiempo, fuerza y recursos en tensiones internas tan dañinas. El país despegaría con fuerza por las posibilidades que tiene. Ahí están las últimas cifras de creación de empleo con el mayor ritmo desde 2005 y el 5 por ciento de crecimiento del PIB, aunque «ojo con los triunfalismos», ha advertido prudente el ex ministro socialista Jordi Sevilla.
La última refriega es la referente a la Reforma Laboral, que triunfará o naufragará en el Congreso si Esquerra Republicana no la apoya. Identificando muy bien que el éxito o el fracaso lo decidirán con sus votos los partidos catalanes, la Vicepresidenta Segunda Yolanda Diaz se ha instalado un par de días en Barcelona cortejando esos apoyos. Pero Esquerra, de momento, no parece inmutarse. «Tendrán que explicar entonces porqué no la apoyan’, advierte, como si eso les importara. «Comisiones Obreras, que apoya esta Reforma, tiene más votos en Cataluña que Esquerra», se desgañita su líder catalán. Oídos sordos. «La Reforma beneficia a centenares de miles de trabajadores que están en la precariedad, por lo que es una reforma de país», insisten todos sus partidarios, incluida la patronal y los sindicatos mayoritarios. Pero los nacionalistas no ceden y los populares votarán en contra porque lo de «partido de Estado» que afirma Martínez Almeida se asemeja a una estrella fugaz.
Ante esa intransigencia, se gira la vista hacia Ciudadanos, hacia la Unión del Pueblo Navarro y otros. Quizás se pueda llegar, y más si alguien a última hora se abstiene, aunque por un precio astronómico ¿Serán capaces unos cuantos diputados de echar a perder una ocasión sin precedentes para aprobar una Reforma Laboral histórica que cuenta con el apoyo de la mayoría de agentes sociales? Pues puede suceder. Tristeza de país. Debería publicarse un anuncio de emergencia: «Extraviados partidos de Estado. Se gratificará su hallazgo con reconocimiento democrático».