Corbatas de colores
No voy a hablar de la campaña electoral más que para decir a los candidatos que esa no es manera de aparecer en la televisión, tan adustos y aburridos, que parece no más que son de Castillaleón, ese lugar al que se refería el otro día el alcalde de Madrid en Segovia cuando azuzaba al personal a votar a cambio de caña y pincho. Hay que vestir color, más que nada para que se te vea, que los grises están más pasados que la pegada de carteles, que disfrazarse de hormigón no queda bien ni siquiera en la tele. Menos aún ponerse delante de la librería de papá y mamá, como si en los cinco minutos de descanso fuéramos a continuar con la lectura de Las tribulaciones del joven Werther.
Fue un debate en el que Luis Tudanca sufrió a Igea, que parecía a punto de besar en la boca a Mañueco, imbuido en un comportamiento ciertamente esquizofrénico en el que iba y venía entre su responsabilidad como miembro del Gobierno y excolega del presidente. ¡Qué difícil es ser cabal cuando tienes que nadar y guardar la ropa, soplar y sorber, comer la tarta y quedártela, hablar mal de tu ex pero recordar que mientras duró teníais el mejor sexo del mundo.
No me quiero poner sicalíptica, pero aún recuerdo a Igea decir que el suyo era un matrimonio de conveniencia que había resultado bien. A Mañueco, sin embargo, se le vio más á l’aise, consciente de que, pase lo que pase, tiene la presidencia a un paso.
Pero a lo que iba, que se pongan una corbata púrpura, o verde, o morada, o amarilla —como Cayentana Álvarez de Toledo cuando apareció frente a Laura Borrás para exorcizar los banderines indepes— a mí me gusta el rosa, que además tiene connotaciones con las que todos comulgan. Cualquier cosa antes de volver a caminar por el pasillo enfudados en un uniforme, que no hay nada que peor que un candidato que no se sale del tiesto, que se muestra hierático y obediente a lo que sus asesores le obligan a decir. Póngan un poco de glam en todo esto, que no parezca que los castellanoleoneses somos así.