Voto abobado
Dicen muchos gurús que a la sociedad del siglo XXI se la está infantilizando. Lamentablemente está claro que tiene más réditos para los poderosos incentivar el sentimiento que el pensamiento. La pandemia del covid nos ha desquiciado un poco a todos. Y por eso, en la habitual práctica de adjudicar etiquetas, gana espacio ese monolítico ‘negacionista’ que se cuelga a quien ose pararse a pensar. La semana pasada fue literalmente linchado un experto en vacunas cuando en el Congreso planteó que científicamente este proceso de lucha contra el covid merecía una relectura tras las actuaciones precipitadas, los datos sesgados o no analizados con detalle, y los pronunciamientos de presuntos comités de expertos que se financian con cargo a las propias empresas farmacéuticas.
Las redes y los micrófonos abiertos ante cada político facilitaron ese linchamiento de quienes muy probablemente ni siquiera llegaron a escucharle. Peso en eso se basa el actual ‘negocio’, en apostar por los hígados y en silenciar los cerebros. ¿Recuerdan la prohibición de que viésemos los ataúdes del covid? Se nos priva incluso de información, en un Estado Democrático y de Derecho, al considerar que la sociedad es ‘discapacitada’, inmadura para ser testigo directo de las realidades. Es el afán máximo de darnos ya las cosas pensadas y decididas. El culmen del ataque a la libertad. El 1984 orwelliano...
En estas últimas jornadas, la campaña electoral mostró una sociedad mucho más emocional que racional. Se percibe en el escrutinio. En el fondo, a eso se la invita con las acciones de unos y otros, que buscan sacar provecho. Las cosas no suelen ser casuales, y los laboratorios de ideas y los argumentarios tienen mucha más influencia de lo que parece en lo que nos llega a una sociedad sustentada más en lo emocional, en el Sálvame o el tuit, por ser todo en el fondo más maleable. Se amansan las cosas y esa veloz deriva es mucho más manipulable. Quizá por eso la batalla siempre perdida ha sido la de fomentar una educación con mayúsculas, marcada por la creación de un espíritu crítico y sin ansias ideologizantes.
Los milagros de Podemos, de Ciudadanos... ahora de Vox... se basan en sensaciones, indignaciones... no en proyectos.
Lo emocional vive de los toboganes, de ese fenómeno que se invierte fácilmente a conveniencia con la venta adecuada de cualquier episodio. Del cielo al infierno es cuestión de segundos, con un telediario o un mensaje de yotuber diciendo qué debemos sentir. No razonando, abobándonos.