Las formas del querer
El querer es tan real como la vida, pero a su vez, es tan difuso como los confines del universo. Es innegable que el ser humano se nutre del amor para sobrevivir, es la pura matriz de su existencia. Hay múltiples formas de querer que van desde el amor maternal, hasta el amor físico y el deseo. Platón, Erich Fromm y numerosos filósofos, escritores, poetas y músicos han tratado de desenmarañar lo que es tan desconocido, pero ninguno ha concretado en algo que se pueda entender ni comprender en unas pocas líneas. Han marcado sus márgenes, dibujado la silueta, pero el contorno sigue siendo borroso y la forma confusa. Sin embargo, lo que es obvio, es que todos lo sentimos a lo largo de nuestra vida en todas sus formas posibles. No con exactitud, pero si con una certeza suspirada desde el estómago.
La sociedad siempre trata de buscar términos o delimitar con palabras lo que su mente desconoce. Es como un paracaídas en el vacío, no se sabe si se va a llegar, ni si quiera si algún día va a caer, pero la seguridad del balanceo te proporciona cierta comodidad. Lo mismo pasa con los términos que hacen referencia al amor. En los últimos años han aparecido nuevos términos que tratan de amarrar esos conceptos con cadenas invisibles. Se tocan casi con los dedos, aunque a la vez que se tratan de atrapar estos se escabullen cuando los rozas.
«Responsabilidad afectiva», «dependencia emocional», son términos que han aparecido en la actualidad para referirse a las relaciones sociales y amorosas entre las personas. Sin embargo, lo que trata de echar el ancla a una fugaz sombra en forma de corazón, se ha convertido en un teléfono escacharrado que pasa de boca en boca deformando el mensaje hasta que este, pierde el significado.
La responsabilidad afectiva, es un escudo, un rompeolas de sentimientos que te protege y te cerciora que la otra persona no te va a hacer daño. Pero esto no funciona así, quizás en un plano hipotético, pero los hombres y las mujeres, dentro de su infinita bondad, también guardan dolor y odio, ya sea de manera intencionada, o no. El exponerte a una relación amoroso o afectiva, también te lanza a un mar de dudas y de riesgos que solo se destapan conforme va pasando el tiempo. El amor no hace daño, lo hacen las personas, esto no va a cambiar, pero el dolor solo existe donde hubo felicidad y negarse a sufrirlo es pasar por la vida con los ojos cerrados. Todo duele y pasa, hasta la muerte más cercana o la propia termina por difuminarse hasta desaparecer.
El amor y las formas del querer son infinitas, pero siempre hay algo que concuerda entre todos los matices. Llorar cuando se rompe y levantarse para seguir adelante sin culpar a palabras vacías.