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No es verdad eso de que en política ya lo hemos visto todo. La bajeza moral que abunda en el gremio no conoce límites. En los 45 años que se dispone a cumplir la actual democracia española no se recuerda un caso de linchamiento como el sufrido por Pablo Casado a manos de los dirigentes de su propio partido.

No hay parangón conocido. El acoso y derribo padecido en su día por Adolfo Suárez por quienes volaron desde dentro la UCD fue todo un manual de vilezas y ruindades, pero ni por asomo tan despiadado como el del amortizado presidente del PP. De hecho, Suárez conservó el suficiente número de leales para fundar un nuevo partido, el CDS, con el que sobrevivió hasta ser fagocitado tras el abrazo del oso de José María Aznar. Tampoco es comparable a lo ocurrido en el célebre Comité Federal del PSOE de octubre de 2016, en el que se dio por enterrado a un líder, Pedro Sánchez, que gozaba suficiente salud entre la militancia para resucitar cual ave fénix.

Que en política no se está para hacer amigos es una frase hecha cargada de razón. Hasta el punto de que en el seno del propio partido resulte harto frecuente ver a antiguas amistades engrosando la facción contraria. Sin ir más lejos, Casado y Díaz Ayuso fueron entrañables amigos durante años, y el primero se hizo con la presidencia del PP gracias a la inquina mutua entre Soraya Sáez de Santamaría y Dolores de Cospedal. Qué decir, en fin, de las lindezas dedicadas por Esperanza Aguirre a Alberto Ruíz Gallardón… Y conste que esto no es exclusivo del PP: la primera amistad quebrada en la democracia española fue la de Felipe González y Alfonso Guerra, quienes varias décadas después apenas se saludan.

Otra cosa que se deduce de la liquidación política de Casado es que el llamado «síndrome de La Moncloa», esa burbuja que aísla de la realidad al presidente de turno, es un virus que contraen quienes prematuramente se ven ya ocupantes del palacio. Le pasó a Albert Rivera, quién, deslumbrado por los sondeos, perdió el oremus hasta conducir a Ciudadanos hacia su actual irrelevancia. Y le ha pasado a Casado, que, ignorante del natural comportamiento de los cuervos, no sospechaba la evanescencia de la lealtad política, el leve recorrido entre la adhesión inquebrantable y la estampida en socorro del vencedor. Hasta que ha invadido un campo minado y ha saltado por los aires. Feijóo ya sabe el terreno que pisa.