Tan lejos, tan cerca
Lo del ‘no a la guerra’ parece receta universalizable. No es no. Ninguna puede ser justa ni justificable. Ya se sabe que los intentos de zurcidos acaban por abrir una boca en la manga que deja sitio a cualquier disculpa, o barbarie.
Abrir la caja de pandora siempre incluye el riesgo de que no sabemos hasta dónde se extenderá la cosa. La historia europea así lo demuestra, con siglos y siglos en los que nunca faltó un motivo para atacar al vecino. En el fondo, parece que todo se puede resumir en lo de siempre. El afán por ganar terreno, por imponer al de al lado, por esa falacia de la guerra preventiva. Para Putin, la cosa se justifica en atacar a los «nazis» ucranianos, donde tienen a un judío por presidente.
La aberración, de quienes están en la barrera, pasa por aceptar las cosas o admitir las justificaciones. Frente a la violencia, en España nos ha tocado escuchar los «algo habrá hecho» o todo tipo de difamaciones para amoldar las cosas.
El poder heredado de la KGB —en el que los mismos siguen incluso con idénticos trajes y corbatas— domina una sociedad rusa que nunca logró democratizarse. A la que es fácil amoldar —como se hizo en la Alemania de los años 30— al odio contra el resto, contra quienes «quieren dominarnos». Y con un marchamo imperialista que probablemente busca cambiar las piezas en el ajedrez mundial conocedor de la debilidad de los gobiernos occidentales, dispuestos a agachar la cabeza y tragar con lo que sea para no meterse en líos. La ‘policía universal’ estadounidense se ha hartado de enviar sus chavales a morir en guerras lejanas. La sociedad no admite que el resto de países se vayan de rositas sin recibir las bolsas de lona con cadáveres. Y con ese panorama, las dos grandes dictaduras del Planeta —Rusia y China— toman posiciones con comodidad en todo tipo de frentes, empezando por el económico.
Putin recibe incluso una capa de barniz de los sectarios que apoyan a los déspotas de su bando. Que dan por bueno lo que sea. Quizá por ello el poder ruso está en plena limpieza de la memoria soviética, purgando opositores y disolviendo oenegés que querían recordar la historia.
Ucrania simboliza muchas cosas. Uno de los peores genocidios de Stalin. La mítica Odesa de la Guerra Fría. La fuga de Chernobil que aireó las contradicciones del paraíso. Hasta la última Champions del Madrid vino de Kiev. Como ocurrió en los Balcanes, no es la guerra en territorios lejanos ni salvajes. Es el horror a nuestras puertas.