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No sé si a mí me faltan luces o a otros les sobran oscuridades. En fin, necesito que alguien me lo explique, pues no lo entiendo. ¿A Pablo Casado le ha decapitado su partido porque lo del hermano de Isabel Díaz Ayuso es mentira o porque es verdad? Sigo sin entenderlo. Casado insistió: «No he hecho nada malo». Minutos antes de caer su cabeza en el cesto pidió disculpas si había cometido errores. Y tras la decapitación, ya a puerta cerrada, se hizo oír. Se sabe porque los gritos atravesaron los muros. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha pedido para su examigo un adiós sin cena de despedida. Quiere que sean expulsados quienes tuvieron algo que ver con el asunto, ese del que uno sigue sin entender lo que más importa: si es cierto o no lo del contrato del hermano de Ayuso. Porque lo otro, quién lo filtró solo le interesa a los propios interesados. Uno ya tiene edad para tener dos o tres certezas sobre la naturaleza humana, pero aún me niego a considerar normal lo que percibo como anormalidad. Hay siempre algo obsceno en lo cruel. Con elegante templanza, González Pons, presidente del comité organizador del congreso del PP, puso freno al hambre de casquería de Ayuso y ha declarado que no habrá expulsiones, incluso que Casado y García Egea están destinados a desempeñar altas responsabilidades en el partido. Cuando la cabeza del exlíder decapitado cierra en casa los ojos… ¿cree que al volver a abrirlos todo habrá sido un mal sueño? Algunos compañeros suyos aplaudieron a la vez a la víctima y al verdugo, pero ni siquiera dos manos dan para tanto. Analistas políticos aseguran ahora que todo ha sido culpa de García Egea, que era el Sauron del partido. Lo ignoro, pero sé que algunos colegas de los medios nacionales solo cuando el árbol está ya caído informan de la mala calidad de su madera.

Me da vergüenza en medio de una guerra escribir sobre decapitaciones traperas, pero todo es condición humana. Y esto ya estaba en las tragedias de Shakespeare. Menos mal que aún hay luces encendidas en la oscuridad del mundo.

A Casado lo han despachado sin cena de despedida, ni una placa con «tus compañeros no te olvidan». Ni un pin, ni un llavero. Solo la política puede ser más dura que la vida.