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Cuando uno estudiaba, la metáfora del libre mercado se encomendaba a la aparición de una «mano invisible» que repartía los esfuerzos egoístas particulares en beneficio del común de una forma equitativa, aleatoria y utópica, como el VAR. La teoría aparecía en los manuales junto al intervencionismo del Estado y la plusvalía marxista del capital como resumen económico con el que echarnos mundo alante . Con esas herramientas me manejo, para que se hagan una idea los que quieran bajarse de la columna en este punto para tomar otra caña, dar un paseo o ampliar la franja de la siesta. Quedan perdonados. Pero tres décadas después de aquellas aulas, a Adam Smith, a Keynes y a Marx la realidad, los especuladores y la PAC les han enmendado las filosofías de andar por casa para meternos en un escenario en el que, en contra de cualquier planteamiento racional, los costes de la producción de los alimentos para los agricultores y ganaderos superan con creces el valor de lo que reciben de los almacenistas y la industria. Luego, el precio se dispara en los lineales de los grandes supermercados, donde debe radicar el secreto de la mano invisible esa que se mete para el bolso el beneficio de multiplicar por tres, en el mejor de los casos, lo que el dueño de las vacas recibe por el litro de leche o el campesino por el kilo de cereal. Vender a pérdidas, lo llaman los economistas, cuando quieren decir en realidad explotación y desmantelamiento del sector primario para abandonarse a la dependencia de las importaciones de otros países, como Francia, Bélgica u Holanda, que han sabido mimar su fábrica de alimentos como un activo. Mientras, aquí, los estadistas, marcados por su complejo terruñero y cosmopaleto, sólo ven boinas cuando miran al campo.

La mano esa vuelve a guiar el mercado para desesperación de los agricultores y los ganaderos leoneses. La mano empuja la entrada de camiones cargados de legumbres de Canadá, de patatas francesas, para una tierra donde se obligó a abandonar estos cultivos y, al rebufo, se echó a los habitantes de los pueblos con el argumento de que el campo sólo reportaba miseria. La mentira queda a la vista. Los culpables insisten en que los precios se deben a las reglas del mercado. Ahora, se lavan las manos.