Mañana será otro día
Desperté a las siete de la mañana. Esta noche, justo esta, dormí del tirón. Mi compañero Jesús, desvelado, me preguntó si no había oído las sirenas antiaéreas. No las había oído. A él lo despertaron un par de veces. En cuanto cogí el teléfono las noticias sobre los ataques a Lustk, 138 kilómetros al norte de aquí, e Ivano-Frankivsk, 113 kilómetros al sur, no paraban de llegar. Los bombardeos alcanzaron dos aeródromos. Lustk está a 80 kilómetros de la frontera polaca e Ivano- Frankivsk a unos 150 de la rumana.
Preocupa este acercamiento de los ataques a las fronteras europeas, por eso, pero también por la proximidad de Leópolis. Por aquí pasan la mayoría de los refugiados que escapan de las zonas más atacadas del país. Además esta ciudad, de más de 700.000 habitantes, se está preparando para albergar un hipotético gobierno de la parte libre de Ucrania en caso de que cayese Kiev. El drama humanitario que sería cortar esta salida hacia Polonia sería inmenso. Aunque ya no hay la afluencia de los días pasados, aquí siguen llegando miles de ellos en su camino a la Unión Europea.
Nikita es uno de ellos. Una de esas muchas personas que se nos acerca a pedir ayuda en cuanto nos oye hablar español. Es originario del Donbás, pero lleva viviendo diez años en España, entre Tenerife y Eivissa. Viene con su novia, embarazada, desde Chernihiv, al noreste de Kiev, muy cerca de Bielorrusia, en plena frontera norte. Llevan 5 días de viaje y las últimas noches durmiendo en la calle. ¿Su problema? A pesar de que Nikita tiene la residencia española, su pasaporte es ucraniano, y no puede abandonar el país.
Estamos hablando y recibe una llamada, tienen que ir a toda prisa a verse con una gente de la Cruz Roja. A las dos de la tarde estaban camino de la frontera. A las siete me escribió, no lo dejaron cruzar a Polonia. Su mujer no quiso cruzar sin él. Ahora va camino de la frontera eslovaca para intentarlo por allí. Va hacia el sur, de hecho parece la ruta más adecuada ya que hace unas horas varios informes de inteligencia dicen que la entrada de Bielorusia en la guerra, apoyando a Putin, es inminente. Algunos se atreven incluso a ponerle hora, las nueve de esta noche.
Escribo esto a las diez y por el momento no tenemos noticias de que esa intervención haya comenzado, pero sí que notamos durante todo el día el nerviosismo y los continuos movimientos de militares. Nosotros usamos de termómetro el puente ferroviario que tenemos al lado del apartamento. Normalmente hay dos militares controlándolo, desde esta tarde hay cuatro. De hecho dos de ellos se nos acercaron minutos antes de que entrásemos en directo en la tele, los de la noche los hacemos a las puertas de nuestro edificio para no arriesgarnos al toque de queda. Lo de siempre: pasaportes, credenciales de prensa, mostrarles el plano para que se aseguren que no sale el puente, unas palabras en ucraniano entre ellos, y nos dejan seguir trabajando. Por mucho que nos pase a diario uno nunca se acostumbra a tener fusiles manejados por gente con la que no eres capaz de comunicarte tan cerca, sientes su frío, si es que aquí se puede sentir más frío.
No sé si esta noche dormiré como la de ayer o será más movida, lo que es seguro es que mañana será otro día.