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Obolon es un barrio residencial, obrero, como cualquiera de los que circunda  nuestras ciudades. Está a sólo 8 kilómetros de aquí, de la plaza de la Independencia de Kiev, el centro político y gubernamental del país, desde donde escribo. Las  pocas personas que dormían la noche del domingo al lunes -la mayor parte huyó o bien duerme en los refugios antiaéreos o en las estaciones del metro- nunca olvidarán la mañana de ayer. A las 5:05 paró el reloj, según nos contaba Viktor, un jubilado que no quiso abandonar su casa porque su  perro -me arrepiento ahora de no haberle preguntado por el nombre- no se acostumbra a tanta  gente.

El perro en cuestión es un precioso pastor alemán. A las 5:00 A.M. Viktor estaba en la cama, hacía poco que había salido al balcón al oír las bocinas antiaéreas, fumó un cigarro y se volvió a meter en ella. Las mismas bocinas que me  despertaron a mí a las 4:30 AM, a ocho kilómetros de él. Viktor no había visto nada extraño, fuera todo estaba tranquilo. Notó por un segundo que su perro, sin nombre para vosotros por mi culpa, comenzó a chillar, no ladrar, chillar. Screaming, me tradujo Alexey. Le repetí la pregunta: ¿Screaming?. «Sí, sí, chillando no ladrando». Lo siguiente que recuerda Viktor es que la onda expansiva del misil que fue a dar a su edificio lo había tirado de la cama encima del perro, que chillaba. Las 5:05, ahí quedó parado el reloj, y probablemente la memoria de toda una vida de Viktor, y de tantos otros vecinos de Obolon.

La destrucción se ha apoderado de todo el entorno del corresponsal. MARCOS MÉNDEZ

Menos de uno, un señor de pelo gris. Yo se lo vi porque al llegar, al poco del ataque, aún estaba metido en una bolsa negra abierta por la parte de la cabeza. Fue la víctima mortal del ataque. Nos queda la esperanza de que, a lo mejor, la muerte lo pudo haber pillado durmiendo. Así de cruel es la guerra que te hace pensar estas cosas.

"Lo siguiente que recuerda Viktor es que la onda expansiva del misil que fue a dar a su edificio lo había tirado de la cama encima del perro, que chillaba. Las 5:05, ahí quedó parado el reloj"

Justo enfrente del edificio de Viktor hay un campo de fútbol, de hierba artificial, esa de plástico verde intenso, perfectamente cuidado. Cuando yo lo vi estaba sembrado de escombros del edificio de Viktor. Ese campo pertenece a una escuela infantil. Las clases en Ucrania están suspendidas desde ese fatídico 24 de febrero. Tampoco hay niños a los que enseñarles nada, ya marcharon casi todos con sus madres, huyendo de lo impredecible, de donde caerá el siguiente misil, porque así, impredecible, es la guerra.

Viktor y su perro padecieron los ataques, pero no se han separado. MARCOS MÉNDEZ

No hay en Obolon objetivo militar ninguno. Sólo gente trabajadora. Los únicos que hasta ayer dormían aún allí son personas mayores. Dormían, porque ya no pueden, tienen que buscar cobijo en otro lugar. No fue sólo el edificio de Viktor; todo el entorno quedó destrozado por la onda expansiva. Y sin ventanas, en este frío marzo, no se puede vivir en Kiev.

A lo largo de la mañana veíamos cómo los que podían entraban en sus casas a coger lo que quedaba. Un ordenador, cajas de zapatos, las fotos de la familia, perros y gatos asustados y chillando como imagino que chilló el de Viktor segundos antes de las 5:05. El hijo de Viktor está herido, él sólo tiene algún arañazo en la cara. "No es nada", dice. Ayer fue Obolon. Esta noche aquí toda la gente va a dormir, o por lo menos intentarlo, pensando una sola cosa. No hace falta que la escriba. Ahora incluso fuera de mi cuarto de este hotel Kozatsky no se oye una mosca. Los militares esperan atrincherados en todas las esquinas, esperando una noche más lo impredecible.