Patrias devastadas
Estamos sobrecogidos por esta guerra, sus consecuencias y alcance, aunque permanezcan olvidadas, desconocidas otras muchas que se libran a diario en ese mundo ancho y ajeno generando nuevos dramas y fronteras. No sé si, como en este caso, es bueno que la guerra se televise en directo, aunque entiendo —entender no es compartir— que, en el fondo, cada uno va a lo suyo y nosotros somos simples clientes y consumidores que asistimos a la industrialización de la muerte en una época desnortada y espesa. «Hay más astucia que inteligencia», afirma Ramón Andrés. Buena ocasión para leer el Diario de guerra (1914-1918), de Ernst Jünger, antesala de su Tempestades de acero.
En medio de esta locura sin límites —nada más se espera de dictadores y caudillos— a uno le llama la atención, además del sentir solidario del pueblo, sin etiquetas ni fronteras, el sentimiento de los ucranianos, advertido ya, aunque ligeramente —los contrapuntos del sometimiento llevan a las puertas de los nacionalismos— en mis viajes por alguno de los países de los que conformaron el bloque de la órbita oriental de Europa, del telón de acero, alguna expulsión incluida. Pero las guerras, además de dolor y destrucción, modifican o liquidan conceptos e ideas. ¿Cómo puede alguien pensar, por ejemplo, y viendo las imágenes que vemos, que la patria del hombre es la infancia, según la hermosa, por otra parte, afirmación de Rilke? En la definición siempre inacabada de patria, la referencia ucraniana me hace pensar en ella como un espacio espiritual, un ente moral, un punto de referencia, un lugar donde nadie sienta frío, tan alejado de esa patria que predican los voceros de los reinos del humo y la intransigencia. Si alguien identifica el asunto con el nacionalismo severo, mal camino, a mi juicio, como lo es el contrapunto que ofrece Arturo San Agustín cuando afirma que «las personas inteligentes no tienen patria. Solo tienen geografía: los ríos, las montañas, las playas o las huertas que los vieron nacer». La gran poeta rusa Anna Ajmátova, que tanto supo de represalias y limitaciones, hablaba de que «la patria de una persona son los siete palmos de tierra que cualquiera necesita para ser enterrado».
No sé con qué definición pueden quedar los ucranianos, si es que les sirve alguna. Lo cierto es que si de la guerra se saca alguna lección, la suya está siendo magnífica, ante el sentimiento de patria devastada en un mapa en que hay ya una larga lista de patrias devastadas.