El silencio
En algún sitio leí u oí, porque este tipo de frases no se me ocurren a mí, que el silencio es el peor sonido en una guerra. Escribo esto escuchando las sirenas antiaéreas, por primera vez desde la mañana. Escribo el titular, y van y me lo rompen.
El día de hoy, ayer cuando leáis esto, fue un día de hotel. No de pensión completa, porque aquí sólo nos dan el desayuno: no hay gente de sobra para hacer todos los turnos, así que almorzar y cenar se hace con lo que uno consiga ir acumulando cuando encuentra un supermercado abierto y con género. El "toque de recogida" -me costó recordar esta expresión- no nos permitió salir del hotel en todo el día. A nadie, ni para sacar el perro. Nos dicen que es por la seguridad de todos. Probablemente sea porque hoy prepararon bien la ciudad para un posible ataque inminente y no querían ojos espías que pudieran pasar información al enemigo. Nunca pensé que usaría estas palabras en una crónica periodística, y aquí estoy, escribiendo de espías y ataques y bombardeos.
Son ya casi tres semanas y aún no lo tengo de todo asimilado. Tampoco tengo tiempo para pensarlo, si os soy sincero. Hoy convertimos el balconcito del cuarto de mi compañero Ignacio en un plató de televisión, y así estuve el día entero, del mío al suyo, del suyo al mío... El silencio se te mete en los huesos como el frío. La famosa calma tensa. Sabes que puede pasar algo, quieres que no pase, pero todo indica que va a pasar. Salgo al balcón a hablar por teléfono y fumar un cigarro. Como llevo los auriculares puestos no me entero del tono de mi voz, lo siguiente que veo es a uno de los tres militares que hay en la calle levantar su arma hacia mí. Le digo a mi superproductor Kepa, con quien hablaba, que estoy retrocediendo y metiéndome otra vez en el cuarto. Él está bregado en este tipo de situaciones, estuvo en mil guerras y oírlo siempre es un alivio. Me calma cuando más tenso estoy. Suerte de tenerlo y suerte de que era él quien estaba al otro lado del teléfono.
El silencio hace que lo oigas todo. El aletear de los pájaros, las conversaciones de esos militares que están atrincherados a muchos metros de ti; conversación que no entiendes, ni quieres, son las suyas, y no me querría ver en su pellejo. Oyes la artillería. La batalla en tierra se libra a 15 kilómetros de donde nosotros estamos, y hoy sonó más cerca que nunca. Incluso el hotel estaba en silencio. ¡Un hotel lleno de periodistas! Nadie en los pasillos, excepto yo yendo y viniendo al cuarto de Ignacio. Nadie en la recepción, excepto la tele griega entrevistando a un compañero español. Hay que sacar las historias de donde sea, hay que hacer minutos de tele y cubrir páginas de periódicos aunque no hayas visto ni escuchado nada. Nada de nada.