La bola de Alaska
La actualidad se ha vuelto tan retrospectiva que cabe de nuevo en una canción de Alaska y los Pegamoides. El terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos pone banda sonora a una crisis que se prologó con la subida de los precios de la electricidad y ha querido acallarse con el estruendo de las bombas del genocidio de Putin. El cuento del mercado de la luz, que nos obligó a organizar la vida familiar alrededor de los biorritmos horarios del precio del kilovatio para dar coartada a los beneficios de las eléctricas, adapta ahora la trama para atribuir por completo el incremento desbocado de los carburantes a la guerra de Ucrania. Pero el desborde de la paciencia por encima del listón de los dos euros el litro en la línea de repostaje no se ha quedado en una protesta de barra de bar. La acumulación de las facturas ha explotado en una huelga pendenciera en la que los asfixiados pequeños y medianos empresarios del transporte y los conductores, arracimados en una plataforma contraria a los manejos de las grandes patronales, han estrangulado las líneas de suministro. No llegan los camiones para recoger la leche, ni para llevar a las cuadras el pienso que alimenta al ganado en la base de la pirámide del sector primario, ni para abastecer los lineales de los súper, ni para explicar al parroquiano por qué la cantinela de la cotización del barril de Brent en el mar del Norte amenaza con cortar el grifo del barril de cerveza en el Barrio Húmedo.
El órdago desmonta el escenario en el que se asentaba el espejismo de las carencia de botellas de aceite de girasol, mientras los almacenistas hacían acopio para cebar la subida de los precios, como provocan con las materias primas que salen del campo y, por el camino, multiplican por diez la factura que paga el consumidor engañado en el trile de los intermediarios. La patada al caldero de los transportistas condiciona al Gobierno, que engorda las arcas con la mitad del precio que se paga por depósito, aunque luego buena parte se vaya a alimentar el sistema autonómico. La gracia quedará en ver si la bajada que anuncia el Ejecutivo se repercute en el surtidor. La política, como la guerra, como la huelga, sirve para que alguien haga negocio a costa del miedo del resto. Alaska tenía una bolsa de cristal desde la que nos avisó del terror que se nos avecinaba en el hipermercado. Y nadie sabe cómo ha sido, nooooo