Antipatriotas si no cazan nazis
Lo de etiquetar a las personas suele ser un parapeto para las más espurias intenciones. Cuando vuelve a arreciar la tormenta perfecta en la economía resulta fácilmente reconocible aquel apelativo de «antipatriotas» para quienes hablaban de crisis mientras a Zapatero le comía el desastre por los pies, e intentaba apuntalar el caos en La Moncloa, al menos mediáticamente. Ahora, el mismo aparato ha iniciado una auténtica caza de brujas en forma de nazis que surgen como setas allá donde se ponen en duda las doctrinas oficiales.
Lo de las verdades dictadas lo conocen bien por Rusia, o por China, países donde han sabido purgar lo que Occidente exporta para quedarse con el capitalismo más extremo, capaz de generar las mayores desigualdades y los peores oligarcas, mientras lo de los derechos y las libertades queda pendiente para cuando se haya concluido el asalto a los paraísos soñados.
Intentar desacreditar al de enfrente con etiquetas pone con frecuencia en evidencia al que lo hace. El montaje de buscar ultras entre quienes se quejan, sea por la razón que sea, se cae por sí solo, aunque hay que reconocer que tiene su público.
Los españoles han mostrado de manera reiterada una capacidad de aguante de auténtico récord. Son las tradicionalmente llamadas ‘gentes de orden’, que cada lunes vuelven a ocupar su puesto apretando los dientes, no se sabe bien si por la sensación de que no se pueden cambiar las cosas o por ese sentimiento trágico y colectivo de la condena al fracaso, o como dice Pérez Reverte, por ser un pueblo tan apaleado que siempre baja la cabeza y se resigna.
Quizá así se entienda el sosiego ante tanta bilis a lo largo de la historia. Es capacidad para amoldarse. Y eso legitima, como ahora, en aquel mítico 2 de mayo o frente a ETA, a quienes dicen basta ya. Una ductilidad que en el fondo deja a la sociedad en manos del populismo, de la cobardía de los que callan o incluso dicen lo que consideran que les hace más ‘guays’ en cualquier tipo de foro. No se dan cuenta de que en realidad hacen el mayor de los ridículos cuando los oyentes perciben que les asoman las vergüenzas cobardes y demagógicas entre insultos y etiquetas...
Así, queda el altavoz en manos de lo más rastrero. Y sus cómplices, que ahora ven nazis donde antes eran molinos...