Escalera hacia la imbecilidad
Tenemos un nuevo mamotreto dedicado al mal gusto y al pitorreo en San Andrés del Rabanedo. Adif lo ha teñido de azul eléctrico para que tengamos que mirarlo aunque no queramos, que así de mucho nos odia el administrador de infraestructuras ferroviarias a los leoneses. Ahora que el minimalismo manda, que todo es virtual, que el meta sustituye al espacio real y nuestros paseos por la ciudad se producirán en dimensiones paralelas, llegan estos y nos ponen una nueva trinchera entre los vecinos de Trobajo del Camino y los que perfilan ya con Paraíso Cantinas. Como si no fuera suficiente con todo lo demás, como si las barrabasadas que hemos sufrido a manos llenas no hayan sido suficientes, plantifican una pirámide de rampas que, como la escalera de Penrose, terminará por convertirse en el monumento a la imbecilidad infinita.
León es la capital de las brechas urbanas. Está surcada de ejemplos que demuestran que los que mandaban no querían más que solucionar los problemas de los que estaban antes o de los que iban después de nosotros. Es lo que nos tocó por ser encrucijada, precisamente eso que ya no somos gracias a los numerosos políticos que en León han sido. La ciudad —no digo ya la provincia— era tan sólo un obstáculo que había que salvar en el camino hacia del desarrollo de otros.
Así ha sido y así seguirá. No se engañen. Los hay que antes iban de progresistas y ahora planean parques fotovoltaicos en grandes alamedas de presidentes olvidados. Todo pasa en León, es lo bueno y lo malo de un lugar que se ha convertido en un gran agujero negro al que los proyectos no llegan a no ser que se traduzcan en ganancias para otros y destrucción del ecosistema. Ahí está la gran brecha de Trobajo del Camino, una escultura a la chabacanería del poder con la que el Adif demuestra, una vez más, que da igual quien gobierno, que las políticas cambian pero con León la mala baba permanece.