Alcaldes ricos
Que el alcalde de un pueblo de mil habitantes tenga el sueldo que ayer publicaba Diario de León es una demostración de que de alguna manera hay que recortar la cosa política. No tiene sentido que en los presupuestos raquíticos de muchos ayuntamientos una partida importante se vaya a pagar el salario de su más alta autoridad, sobre todo en aquellos cuya única función es rubricar el dinero que la Diputación destina a través del SAM. En muchos lugares de Estados Unidos, los que tienen menos de 200.000 habitantes, se utiliza un gerente para las Cuentas, porque se entiende que la ideología tiene poco o nada que contribuir en el desempeño de la vida normal de los ciudadanos. Pero España es diferente, igual que ocurría en el franquismo, y este tipismo se enfoca, también, desde la desvergüenza para fijarse topes salariales desmesurados mientras la mayoría de los vecinos no llegan a mileuristas. Sí, si es que es el perejil del loro y la decencia acorde con el cargo, que la honorabilidad depende de lo que un político cobra mientras todos los autónomos de este país las pasan canutas para pagar el impuestazo que, además, les dejará en la calle nada más jubilarse.
No tiene sentido que un funcionario de Grupo A cobre menos que un alcalde de un municipio tan breve como sus funciones, ni que un cirujano que tiene en sus manos la vida de decenas de pacientes tenga que justificar sus honorarios mientras los hay que cobran más solo en dietas que no deberían existir.
Las tragaderas de los españoles son tan grandes como el descaro con el que los políticos se desenvuelven entre noticia y noticia. De momento, los señores de las Cortes de CyL siguen sin bajarse un euro de todo lo que han ido ‘apañando’ desde que el engendro se hizo carne para reirse de todos nosotros.
Puede que haya alguno de ellos que se levante mañana y reciba una epifanía — aunque sea sólo un sentimiento de apuro— ante lo que estamos a punto de sufrir los españoles. Son como el monstruo verde, el gringe, que en inglés significa ‘vergüenza ajena’.