Cerrar

Creado:

Actualizado:

Hoy quisimos ir a Irpin. Es una villa de 60.000 habitantes al noroeste de Kiev que se hizo famosa por ser el lugar donde el ejército ucraniano detuvo a las tropas rusas en su avance hacia la capital. Fue en los primeros días de la guerra, de hecho antes del 25 de febrero llegar a Irpin llevaba 15 minutos por el puente que lo unía con la ciudad y que enseguida fue bombardeado por los locales, mientras que ahora es casi una hora por carreteras secundarias llenas de trincheras, checkpoints y el rastro devastador de los misiles. No pudimos entrar en la villa.

En el último checkpoint nos pararon, aún se libraba la batalla. De hecho el lugar, una especie de rotonda de polígono industrial, estaba completamente arrasada por los ataques de la noche anterior. Solo quedaban escombros de lo que antes fuera un almacén de esos en los que nos venden algo de todo, y lo mismo con el restaurante de enfrente. Todo arrasado.

Viktor, con Marcos Mendez. DL

Viktor, un tipo algo más bajo que yo, pero tres veces más ancho, y no precisamente por gordura, estaba de guardia. Un vikingo de pro, de barba rubia y penetrantes ojos verdes, las únicas partes de su cuerpo que quedaban descubiertas. Aunque te acostumbras, lo de hablar con tipos literalmente armados hasta los dientes, impone. Además van tan pertrechados de material y nunca quitan el dedo del gatillo, ni siquiera cuando están bromeando contigo, que la situación no deja de ser incómoda. Luego, como esta mañana, va el tipo y sacas unas cajitas blancas, con queso y jamón. Igual que con las abuelas: imposible decirle que no a picar algo aunque, creedme, comer era lo que menos me apetecía en semejante situación. Viktor no dejaba de hablarme, seguro que estaba aburrido, y yo no entendía papa porque nuestro guía estaba a otra cosa con su móvil, pero nos reímos. Y comí jamón serrano. Poco duró la risa.

Comenzaron a llover balas y oímos explosiciones de misiles muy cerca. Viktor y su compañero enseguida se colocaron en posición defensiva tras un coche, mientras apuntaban con sus armas hacia el ruido. No se por qué, y no quiero darle muchas vueltas, saqué mi móvil y me puse a grabar. Miguel, el cámara, también grababa, pero estaba algo más alejado, y a lo lejos oía a Kíril, el guía, gritarme que retrocediera y saliera de la carretera, que era un blanco fácil. Fueron diez minutos, quizás menos, pero a mí me resultaron eternos, de batalla. Lo último que uno puede hacer en esta situación es meterse en el coche y conducir, así que esperamos a que escampara, grabando a toda prisa lo que nos faltaba con la idea de marcharnos cuanto antes de allí. En plena grabación, y con la situación mucho más calmada, el bueno de Víktor se agachó para coger para mí un trozo de misil ruso, como recuerdo, me dijo. Esa parte la verán en Latinoamérica y no aquí, porque la grabación era para allá. Me habría quedado toda la mañana hablando con Viktor, aunque ninguno entendiera ni una palabra de lo que decía el otro, pero como comprenderéis aquel no era el sitio más seguro en aquel momento. Espero que Viktor, y todos los que empuñan armas de uno y otro lado, estén mañana vivos y vivas. Siempre me quedará esa cosa de saber más de él. Ayer escribía sobre armas asesinas, hoy escribo con un trozo de una de ellas sobre mi mesa. Horrendo souvenir, de un tipo que me invitó a jamón unos minutos antes de estar preparado para matar.