Putifinear
Emilia Landaluce dedicó un artículo a los mejores sitios para «putifinear» en Madrid y ese verbo jamás escuchado y menos aún pregonado en un titular de campanillas nos puso al corrillo cara de hallazgo invitando a choteo inventor para pulir conceptos. Porque sin duda está muy bien precisado ese putifinear, o sea, ese arte gentil, selecto y teatrero de la putifina, la que podría considerarse el ejemplar más distinguido de este oficio o esa categoría (el uno no quita a la otra) y que de toda la vida existió al igual que la putiperra, la putiguarra, la putiperlas, la putisaldo, la puti... y siga aquí el lector o un resucitado Cela añadiéndole compuestos, pues lo mismo que el de tontos, el número de putis infinitum est... ¡si lo sabrá la historia del hombre; y de la mujer, cómo no!
Quiso el corrillo inventar voces compuestas, hacer boda impura de palabras, pero Leonardo Cascantes, que fue lector de español en los 90 en la universidad de Colorado y que se había acercado a saludarnos ganándose un café lento, nos sugirió hacer antes un repaso al acervo popular que lleva siglos ingeniando maldades en el vicio tronzafamas del apodo; y nos relató algunos de los que él tiene escuchados en tierras leonesas como buen montañés que es y de abuela terracampina para ampliar libro. Empezó por Pisamuertos, apodo bien ganado por uno de Mansilla y heredado por sus descendientes como exige la ley... o Trespuñetas, uno de Astorga, o Comegaspies, uno de Peredilla (gaspie, asturianismo: lo que no se muerde de la manzana y se tira), o el eterno Esgarramantas por no insistir en la asturianía del Esgarramanzanus, ¿y qué me decís de Reló-parao?... y Mareasmuertas, Matacristos, Cagalindes, Huelepestes, Tresniños, Tragarrosca, Pinchauvas, Mediopadre, Majaclavos, Rondahigos... recordándonos que motes y apodos nunca piropean y más que dardos son auténticos rejones de castigo que no pierden arpón hasta el bisnieto. Y ahora, si queréis, nos dijo, poneros a ensartar palabras en banderilla intentando superar lo que por el pueblo rueda