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Hasta los que no creemos en ella, tenemos su nostalgia porque es la primavera del mundo. La revolución es la primavera y la juventud del mundo. O al menos de la modernidad tal y como la hemos conocido. Un sentimiento inaugural de alzarse, rompiendo la tensa tierra, desde la semilla. El ímpetu nuevo de cuanto está creciendo y no tiene más límite que el cielo extendido por encima de su cabeza. Sobre todo en estos tiempos de voraz liberalismo de empresa, insolidario y cruel. Fue un clavel, en Portugal, pero podría haber sido igual una amapola o una humilde margarita. Era abril y Portugal municionó con claveles las armas y armó con canciones las arengas. Pasó en primavera. No podría haber sido en otro tiempo. Flores y uniformes: mucho más surrealista que un paraguas sobre la mesa de un cirujano. La primavera, sin ninguna duda, es el arcón que nutre de símbolos al mundo.

Animada por el ímpetu de lo que empieza, no se cansa la estación de proponernos futuribles, ensoñaciones para la especie que más sueña, atolondrados planes de animal joven cuyo ímpetu reverdece ajeno a la edad que tenga y se desinhibe en mangas cortas y escotes hondos, en propósitos y proyectos como ríos esperanzados por el deshielo. La estación de los proyectos en flor es la adolescencia del año que trae consigo las ganas de vivir en rebelión constante, animados por la ilusión, la aspiración de otra vida a todo trapo.

Y, sin embargo, el poeta T.S. Eliot nos dejó escrito un serio aviso sobre abril, que viene mezclando con la esperanza nostalgias y melancolías, que son las nostalgias de lo que nunca pudo ser. Ese contrapeso de rememorar cosas que nunca fueron y nos hemos quedado añorándolas para la eternidad parece que tienen su querencia por esta época en que el alma se alza como un brote: aquel amor que se nos escapó por falta de intentarlo, el tren que no nos atrevimos a tomar, el avión que nos habría dejado en el extremo más salvaje de un corazón si lo hubiéramos rechazado. Abril es diésel, porque es el mes más fuel. Nunca se cansa de entremezclar recuerdos e ilusiones, fracasos y proyectos, memoria y porvenir. Qué constancia en la inconstancia la suya. Pero qué alegría traen, también, incluso a los corazones de invierno cansados de tanta nieve, ese cielo azul y esos prados verdes que representan la juventud del mundo.