Diario de León

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Explotando en pascuas tal que hoy, pedía la tradición antaño en muchos pueblos ahorcar públicamente en plaza, árbol, poste o alero un Judas de trapo, un monigote. En algunos lugares el rito era quemarlo y así el fuego purificaba su criminal traición, aunque no hay que cargar tanto las tintas con el papelón del pobre Judas avieso y rencoroso; sin su beso traidor la Redención hubiera sido bien otra. O no sido. Esta tradición de ahorcar al pelele del apóstol felón, que arranca de los teatros catequéticos que desde la Edad Media se representaban en atrios e iglesias (pastoradas, ramos navideños, Corpus festivos, alegorías), la exportó el clero español a las Américas donde aún pervive intacta con gran colorismo y rasgos propios añadidos allí, aunque también les es habitual quemar al Diablo, rey de lo oscuro, como colofón a la resurrección de Cristo y triunfo de la luz. La cosa es desquitarse y vengar su muerte. Y como el rito se reboza en fiesta gruesa y tras largas abstinencias y cuaresmas, el ahorcar o el quemar se hace gozosamente absolviendo de toda culpa ese matar: quien mata a un matón tiene mil años de perdón. Pues a matar, diga que sí, que lo que hicieron con Jesús no tiene perdón, adelante, tómeselo como alivio, aunque sin llegar al extremo de aquel gorilón de Kansas que en una calle de Manhattan le estaba dando una paliza mortal a uno de esos judíos ortodoxos de sombrero y patilla tirabuzón hasta que llegó la policía deteniendo la golpiza y preguntándole la razón de tanta zurra; pues porque los judíos mataron a Nuestro Señor, alegó; caramba, buen hombre, le dijo el policía, pero eso sucedió hace dos mil años; y el engreído zoquete insistió: ya, pero es que yo me enteré ayer. Pues igual para algunos esta Pascua Florida eligiendo ahorcar en efigie, quemar en vivo, matar en directo o violar en diferido como enseñan en Ucrania esos soldados rusos que salen al frente tras una arenga bendita y encendida de su capellán ortodoxo... algo parecido a lo que ya lamentó Indalecio Prieto en la II República: No hay animal más peligroso que un requeté recién comulgado .

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