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En el año 2007 apareció el volumen Poesía para Vencejos, que da cuenta, en todos sus órdenes y manifestaciones, de los primeros veinte años (1985-2005) del acontecimiento, fundamentalmente poético, del mismo nombre que lleva el título del libro. Si alguien completase algún día los años que faltan hasta la actualidad o continuase la cita poética cada primer domingo de agosto en el patio-jardín del castillo de Palacios de la Valduerna, nos daríamos cuenta de la magnitud de los encuentros en su conjunto y evolución. Una cita muy asentada y ejemplar en el panorama provincial con más amplia repercusión y durante años igualmente vinculada al premio poético Conrado Blanco León.

Es esta una muestra más que confirma cómo detrás de cada proyecto cultural de envergadura y larga duración hay siempre una persona, el alma que lo impulsa y lo mantiene con dedicación y mimo. En este caso, Felipe Pérez Pollán, el señor del Castillo de los Bazán —en su natal Palacios de la Valduerna—, que salvó de la ruina definitiva y convirtió en su propia vivienda y la de los vencejos como referencia de poesía y vida, cultivador él mismo de una y otra. Un espacio, en definitiva, en el que la Palabra y la Música se dan la mano para gozar del mundo de los sueños, siempre necesarios.

Felipe Pérez Pollán, enamorado de Argentina, donde vivió de joven y a donde regresaba con frecuencia, hizo de la enseñanza de la Lengua y Literatura su vocación y profesión en distintos centros de Enseñanzas Medias de la provincia. Integrante comprometido con diversas asociaciones de carácter cultural, su figura, menuda y sonriente, era habitual en los más diversos actos del territorio, siempre acompañado de la cámara fotográfica, otra de sus aficiones. Dinamizador y partícipe, forma ya parte de esa historia, entre humilde y silenciosa, que conforma la reivindicación del espíritu frente a tantas bagatelas como nos acechan.

Falleció el pasado 8 de marzo. Otra pérdida de una generación fundamental a la hora de trazar las líneas maestras de una manera de estar activo en el mundo de nuestro entorno. Un hombre bueno y generoso, abierto y amigo siempre cercano, la ilusión renovada del hacer y compartir. Que su memoria no se pierda en las redes del olvido, en cuyo ejercicio son maestros los tiempos que corren. La memoria es, debe ser al menos un activo de los pueblos y puede perfilar el norte que los rige en su propia historia.