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Entre mis habituales, frente a un café, hay uno que califica a su hermano de «facha de izquierdas» por su ansia por acallar, enviar a prisión o incluso fusilar —dependiendo del calentón— a todo el que piensa distinto a él. (Seguro que tú también tienes alguno cerca...).

En España, por pura razón generacional, cada vez somos más los que no tenemos recuerdos de lo que es vivir bajo una dictadura. Quizá por eso nos falten criterios adecuados para calibrar bien las cosas, lo que anima los excesos frente a quienes peinan canas, o ya ni eso, y se muestran mucho más dispuestos a la cordura y a la moderación.

Uno, que cuando las cosas cambiaron en España andaba iniciando su etapa escolar, se da por vacunado con los recuerdos transmitidos por unos abuelos que conocieron el ‘paraíso’ del Madrid de la Segunda República y la llamada por los afines al régimen ‘democracia orgánica’—que no siempre fueron distintos—. Probablemente por ello, ni miro las papeletas de los extremos de la mesa en las elecciones. Pero hago de tripas corazón para respetar lo que dicen algunos cuando justifican lo que sea si viene de los suyos o venden crecepelos milagreros sin despeinarse. Aquí parece que se van desinflando, algo de agradecer viendo el panorama francés, donde sí hubo sorpassos devastadores de los partidos razonables, y ahora toca parar a radicales de primera y segunda ola.

España es un buen ejemplo de que los cambios de verdad, los que perduran y logran avances, llegan desde las reformas. Pero también tenemos nuestra buena dosis de intolerancia, y no hace falta irse muchas décadas atrás. Han pasado 15 años desde el Estatut que surgió de aquel Pacto del Tinell que inició los llamados ‘cordones sanitarios’ de la mano del PSOE de Zapatero. La hemeroteca prueba que se implantó el mensaje omnipresente que hacía del PP aquella «derecha extrema» inaceptable en Democracia. Mucho hemos tenido que oírlo desde entonces. Discursos enlatados, de afán de pensamiento único de quienes siempre tienen todas las recetas, y que nos alejan de una Transición en la que los ultras de un lado y otro se sentaban a hablar. Curiosamente surgen de los que,en el llamado Grupo de Puebla, avalan ni más ni menos que a Putin!!!

Tras tanto escuchar que «viene el lobo» con Vox llega el riesgo cierto de que sean muchos los que en poco tiempo se pasen al «pues no era para tanto» y nos aplacen su final, que debería llegar sí o sí.