Leoneses en Villalar
Villalar, la campa emblemática de la rebelión comunera, es un enemigo a batir desde la mitología leonesista. La revuelta de las comunidades empezó con la llegada de un rey criado en Flandes, que no hablaba ni una palabra de castellano, y estalló en 1520 cuando Carlos I es nombrado emperador y pretende sufragar los gastos del fasto con más impuestos a Castilla. Para unos fue la primera revolución de la burguesía en el Estado moderno, para otros una revuelta antiseñorial o una lucha antifiscal.
León también se rebeló. Y aportó personajes destacados, como Fray Pablo de León, abad del monasterio de Santo Domingo, que destacó como agitador de la causa en Valladolid; Ramiro Núñez de Guzmán, regidor de la ciudad, y su esposa María de Quiñones, que resistió en el castillo de Toral de los Guzmanes, cuando los vencedores requisaron sus bienes, rentas y castillos; y el mismo cabildo catedralicio, representado por Juan de Benavente. Hubo un maestro comunero, el de Bustillo, tres sastres, un bordador, un barbero y un zapatero. Lo cuenta Laureano M. Rubio en Los comuneros leoneses, publicado en Diario de León el 15 de enero de 2006.
Fue una revuelta de ciudades. En León, el medio rural ya gozaba de una autonomía fiscal de la Corona por los concejos. Pero muchos otros estaban sometidos a entregar tributos al conde de Luna. Y algunos no se liberaron de este yugo hasta el siglo XX. Hay que conocer la historia para enfocar la lucha por León. Apuntar contra Villalar es errar el tiro.
Es la Junta de Castilla y León, y los sucesivos gobiernos, la responsable de la decadencia de las periferias, en particular de León, que partía de un censo y una economía más abultados que mengua año tras año. León pinta poco en el panorama estatal diluida en una Comunidad donde es un hecho, aunque sea mentira, que Valladolid ejerce de capital.
El estatuto reconoce dos regiones en la Comunidad, pero nada se hace por la ‘y’ ganada a pulso en el debate preautonómico. Ayer sonaron las canciones de La orquestina de León en la campa. Es peligroso decirlo. Debería haberse oído también la lucha de León, que se quedó a los pies la Catedral. El leonesismo político y cultural proclamó el día de la lucha leonesa —no confundir con los aluches— con la vista puesta la autonomía 18 al grito ‘comunero’ de «únete a la rebelión». Todo el mundo tenía ganas de fiesta. Hasta el bando de «yo no tengo nada que celebrar», que lo disfrutó en la playa o en Ikea. Quien más y quien menos, celebró el 23 de abril con un libro, inaugurando la exposición homenaje al gran Marcelino Cuevas o con danzas de paloteo en Pobladura de Pelayo García. Comuneros o quijotes bien saben que el éxito está en levantarse de las derrotas.