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Encasa no tenemos hija casadera, pero de haberla tenido uno mismo habría exclamado: «¡Cuánto me gusta este mozo para nuestra Sigismunda!». Llevaba tiempo queriendo ver cómo interpreta el actor abulense Daniel Migueláñez al joven Cervantes, y pude comprobarlo en León el pasado viernes. A sus 26 años lleva desde los 13 en los escenarios, cuando se subió a ellos con Lazarillo de Tormes . Le ha dado tiempo para recoger premios, graduarse en Filología Hispánica, cursar un máster y ser doctorando, dirigir teatro e investigar para CSIC. Es el integrante más joven de la Academia de las Artes Escénicas de España, y supongo que de todas. Gran actor, pero también simpático y humilde. Lo dicho, el yerno perfecto. Ofreció el monólogo La voz del mito, un recorrido dramatizado por la obra de Cervantes , en nuestra Facultad de Letras, pero no pude asistir. Me apunté a la repesca, en el instituto García Bellido. Aquí sacrificó duración, pero no entrega. Conocía al público, no hace tanto él era adolescente. Fue mutando su voz del joven Cervantes al anciano, pasando por Panza y por la pastora Marcela. Contó con la valiosa colaboración del profesor Oscar García, como don Quijote. Al final, se hizo selfis, firmó autógrafos y hasta una carta de Pokemon. Entre sus trabajos destaca Lope y sus Doroteas, con los Amestoy. Además, escribe poesía y ha publicado como dramaturgo Cenizas de Fénix (Sial). Fascinó. En Usa, les llega a presidente.

«Pero Aguirre, alma de cántaro… la mayoría de esos adolescentes tiene ya olvidado lo que aplaudieron el viernes», me alegará el adulto que nació ya mayor. Lo dudo, pero incluso si así fuera es la inmensa minoría quien mejora el mundo. Un gran aplauso, pues, para todo el instituto García Bellido. Por cierto, está muy cerca de la calle Lope de Rueda, el autor cuyos pasos —género cómico— sembraron en Cervantes niño el amor por el teatro.

No basta con tener desparpajo y ganas. El logro de Migueláñez es además el resultado de su valía innata junto con una sólida formación, de una filología andante que se niega a rendirse. Cuánta ejemplaridad desplegó, la de Cervantes y la suya propia. ¿Comprenden ahora por qué me habría gustado para mi Segismunda, de haberla tenido?