El diente de una oveja
Mi madre decía siempre que de bien nacidos en ser agradecidos. Y hoy que, casualmente, es el Día de la Madre vengo aquí a agradecer un poco por tanto. El viernes, en el patio del Palacio de los Guzmanes, bajo la pétrea mirada de la escultura a la República y el león que la custodia, compartí los premios Aventura Trashumante de Maratondog con el sabio y tenaz defensor de la trashumancia Manuel Rodríguez Pascual, el pastor Ismael Rodríguez, que surcó con los rebaños las cañadas entre Torrestío y Extremadura desde los nueve años, y el presidente de la Diputación, Eduardo Morán, que tiene ahora la oportunidad de incluir la milenaria trashumancia en su León sostenible.
Milenaria, sí, porque más allá de los casi ocho siglos desde que Alfonso X El Sabio fundó el Concejo de la Mesta, hay que remontarse al Mesolítico para hablar de trashumancia. Lo atestigua la primera pastora con nombre de la humanidad. Elba —la que viene de las montañas— como fue bautizada la mujer cuyos restos, de hace 9.300 años, fueron hallados junto a los de tres uros a finales del siglo XX en Chan do Lindeiro, entre Courel y Piedrafita del Cebreiro. Quién sabe si Elba se adentraba más en Galicia o venía hacia León... En el despertar de una primavera antigua viajaban en busca de nuevos pastos y perecieron en una sima.
La trashumancia tiene también mucho de modernidad, es más que un resto pintoresco del pasado. Agustín Suárez y su hermano Darío, Nemesio, Manuel, Violeta, Gregorio, Aranchaa, Roxana, Arsenio, Domitilo... no quieren ser los últimos trashumantes. Su oficio, sus rebaños y sus perros tienen mucho que aportar en esta hora crítica del planeta y del mundo rural. La trashumancia practica la manida sostenibilidad desde tiempo inmemorial conectando, sin necesidad de internet, metaverso ni ave, aunque llegó a usar el tren, los pastos de las montañas con las dehesas, riberas y páramos. Transportan semillas, abonan los campos, evitan incendios, dan carne, leche y lana... y vida al mundo rural. La trashumancia ha sido siempre una aventura (con las mujeres al frente, en medio o detrás). Que en La Cueta de Babia despegue cada verano una Aventura Trashumante para jóvenes que han superado el cáncer —va a ser la cuarta— gracias a una iniciativa solidaria con los humanos, los perros y el planeta es un rayo de esperanza que hay que sostener y alentar. Serán embajadores del clima conscientes de que el diente de una oveja (y una cabra) ayuda a que el Ártico no siga reblandeciendo sus hielos. Y disfrutarán de la bondad, la nobleza y el arrojo de perros como Guzmán, el gran protagonista de la gala que entró sin nombre y salió bautizado con nombre tan noble como su raza. Esas «buenas personas», que dijo Zapatero, que si no consiguen hacernos mejores humanos, al menos nos hacen, al menos, más felices. Nuestra carlina Carla, que se fue esta semana, cumplió esta misión con creces. Fue un regalo.