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Me da dolor de ovarios’ es una expresión coloquial que viene a decir que algo fastidia, molesta, aburre, desagrada... y un sinfín de calificativos. Todos negativos, lógicamente. El dolor en sí es algo desagradable. Y si eso le añadimos dos ovarios pues la cosa parece que se multiplica. Sin embargo, a las mujeres nos han enseñado que tener dolor de ovarios es una cosa normal que hay que soportar con decencia y resignación ciertos días al mes. Es la naturaleza, nos decían. Si es que nos decían algo, que lo normal es que te lo comieras solita y en silencio. Porque la regla ha sido algo innombrable en el mejor de los casos.

Eufemismos como ‘estar mala’ o ‘tener el periodo’ eran lo más que una chica podía llegar a expresar en el círculo de amigas, no más allá. A algunas les decían que no se ducharan y menos aún que se lavaran la cabeza, que una joven se había vuelto loca por osar hacer tal cosa. A las mujeres se las apartaba de ciertas tareas, como amasar o hacer la matanza, porque con la regla ‘lo estropeaban’. Toda esa cultura, por mucho maquillaje o cirugía que la sociedad moderna se haya hecho, sigue pesando como una losa.

Y de esta guisa hemos llegado al siglo XXI sin que la medicina se haya puesto manos a la obra para solucionar lo que para algunas mujeres es un problema de salud. Resulta que algunas mujeres —se estima, a bulto, que un 15%— padecen unas reglas dolorosísimas. Son las mujeres que sufren endometriosis. Mujeres como Raquel López, la presidenta de la Asociación de Ostomizados del Bierzo, que sufrió una obstrucción intestinal causada por la endometriosis que padece y ahora lucha por romper los tabúes y mejorar la calidad de vida de las personas ostomizadas. Leí el caso, contado por la compañera María Carro en este periódico. Me produjo dolor.

Oigo a mi alrededor y se vocea desde todos los púlpitos imaginables que las bajas menstruales de tres días son una amenaza para las mujeres. Una discriminación. Y lo que creo es que la discriminación es no investigar, no invertir y no aplicar la medicina con perspectiva de género. Que la discriminación es que los tampones y compresas no tengan un IVA reducido como cualquier producto de primera necesidad o que las mujeres que sufren endometriosis tengan que pasar por un calvario de consultas hasta que llegan a una clínica privada y les dan un diagnóstico como le ocurrió a la diputada por León, Andrea Fernández, tal y como denunció en el Congreso hace un año al defender, por primera vez en la historia del Parlamento para que se dedique presupuesto e investigación para atajar este problema de salud y se fomente la medicina con perspectiva de género. Quizá la ministra de Sanidad deba decir algo al respecto. El barullo que se ha montado a causa del dolor de ovarios bien lo merece.