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La semana pasada la Guardia Civil rescató a una mastina de una muerte segura en el Canal de Villares, donde al parecer se cayó al tratar de beber agua en una sofocante tarde de estas que nos ha traído la inesperada ola de calor. Fueron unos niños los que dieron la voz de alarma al ver que el animal no podía salir del canal por el que circulaba el agua con fuerza, ya que estamos en plena época de riego, y avisaron a los voluntarios y voluntarias de Urda Rescate Animal, que a su vez solicitaron la ayuda de la Guardia Civil cuyos agentes finalmente salvaron a la mastina. Pero qué hubiera pasado si en vez de tener la prudencia y el acierto de pedir ayuda esos niños hubieran decidido rescatar ellos mismos a la perra y al igual que le sucedió a ella, caen al canal. Pues no me lo quiero ni imaginar. Pocas desgracias personales pasan para los cientos de kilómetros de canales de riego que atraviesan la provincia de León, con las pocas o más bien ninguna medidas de seguridad que tienen a pesar de las promesas incumplidas de Confederación Hidrográfica del Duero que lleva años prometiendo soluciones para frenar la muerte de animales en los canales que no acaban de llegar. Un año más con la apertura de los canales al riego, volvemos a asistir a la sangría de muertes de animales silvestres ahogados en los canales, esos que también durante años han servido de agujero negro para todos aquellos desaprensivos que han utilizado estas infraestructuras para deshacerse de esas camadas de perros y gatos que de manera irresponsable han permitido que vinieran al mundo para nada, para volver a marcharse de la peor de las maneras.

Esto es intolerable, ni una muerte animal más en los canales de riego, que con los cientos y cientos de millones de dinero público que las distintas administraciones se están gastando en la modernización de los regadíos no me creo yo que sea tan complicado vallar estas infraestructuras por las que discurren metros y metros cúbicos de agua a toda velocidad, un agua que debería llegar en las mejores condiciones para regar los campos donde crecen los alimentos que luego vamos a consumir, y no impregnadas de animales muertos que llegan a descomponerse hasta que, en el mejor de los casos, son retirados.