Diario de León

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Ese es José Pedro Fernández, me dije al verlo en la calle. Quise expresarle lo que aquí me dispongo a escribir pero, como el exgerente del Complejo Asistencial Universitario de León estaba acompañado, me limité un escueto «felicidades». Me contestó muy sonriente con un «¡Gracias!». Seguí mi camino y enseguida me pregunté si había sido correcto felicitar a un cesado, pero es que me salió así: felicitarle por las muchas manifestaciones de afecto que está recibiendo, por el reconocimiento a su gran labor en una etapa tan difícil como la pandemia. Quizá no hayamos hablado nunca más de tres minutos, pero en mi familia se le conoce desde chaval y siempre he escuchado de su valía, de la profesional y de la humana.

Tras el inesperado cese, se ha dado de baja en el PP, partido en el que llevaba militando desde los 22 años. Le veo a menudo por el barrio, en Patatas Blas, siempre con los mismos amigos, señal de que es hombre de lealtades. Por cierto, me repugna la frase «Nadie es insustituible». Pues claro que las personas somos insustituibles, como seres humanos únicos. No estamos fabricados en serie. Ni siquiera que un sustituto fuese igual o mejor que el sustituido justifica una arbitrariedad.

José Pedro tenía cara de chaval hasta que el intenso trabajo de organización en estos dos últimos años, por la pandemia, le ha encanecido el pelo y le ha salpicado el rostro de arrugas. Ha expresado a modo de despedida: «Algunos creen que la fuerza está en el poder, otros creen que todo se resuelve con dinero, pero creo firmemente que hay una fuerza que todo lo puede: es la Fuerza del Corazón y más si el corazón es de León (…) Yo solo soy un granito de arena, menudos equipos de personas tenemos tanto en Atención Primaria como en Atención Hospitalaria, son extraordinarios, así está chupao. Me siento altamente reconfortado». ¿Es esta la clase de gerente prescindible?

Cuando haya encajado el golpe, si es que no lo ha hecho ya, volverá a parecer un chaval. Porque lo suyo no es tanto cuestión de aspecto exterior como de buenos adentros. Quizá, no fue tan torpe felicitarlo por su cese. Era una felicitación por todo aquello que más importa, como esas emotivas palabras de despedida que aún no había dicho.

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