El drama de Lafora y Solís
La psiquiatría de León está vinculada al descubridor de la única enfermedad rara que lleva el nombre de un español. José Solís Suárez, psiquiatra asturiano que ejerció en León, fue discípulo de Lafora, el ‘padre’ de esta enfermedad incurable. El psiquiatra leonés Juan José Jambrina explica en este artículo las causas de la enfermedad y el ostracismo que sufrieron los dos psiquiatras tras la Guerra Civil
Hace días leí un reportaje en este periódico donde informaba que a un joven leonés de 38 años se le había diagnosticado una grave y extraña enfermedad neurológica: la enfermedad de Lafora. Lo que a la periodista le parecía, con razón, una enfermedad rara y con un pronóstico infausto resultó que, en mi caso, dicha enfermedad había sido una compañera de viaje desde que empecé mi formación como psiquiatra porque la Biblioteca del desaparecido Psiquiátrico de Oviedo se llamaba y sigue llamándose Biblioteca Rodríguez Lafora. Y porque años después trabajé unos meses en el Hospital Psiquiátrico de Madrid, antiguo Alonso Vega, que desde 2003 se llama Hospital Rodríguez Lafora. Lafora, Lafora, Lafora… por todos lados.
El artículo de Carmen Tapia daba cuenta del daño del afectado y de las necesidades que tiene de ciertos cuidados. Esta enfermedad es incurable y se produce por el acúmulo en cerebro, hígado, músculos y otros lugares de acúmulos de glucógeno, los llamados ‘cuerpos de Lafora’. Estos grumos bloquean aquello que colonizan hasta agotar la vida del afectado. Y se producen por mutaciones en el gen que codifican unas proteínas, una de ellas, la ‘laforina’.
La enfermedad de Lafora es muy rara: 4 casos por millón de habitantes. El diagnóstico de este caso, dada su rareza agravada por la edad de aparición, está pendiente de confirmación por parte del Dr Serratosa, de la Fundación Jiménez Díaz, neurólogo español de referencia en esta enfermedad.
Es una enfermedad neuropsiquiátrica, genética y progresiva que comienza en la infancia con ataques epilépticos de difícil control sobre los que aparecen sacudidas bruscas de músculos, sobre todo en brazos y piernas: las mioclonías. Al empezar temprano, altera el desarrollo cognitivo y la personalidad, lo que se traduce en graves alteraciones psiquiátricas. La esperanza de vida tras el diagnóstico es reducida. Esto es la epilepsia mioclónica juvenil progresiva o Enfermedad de Lafora.
Pero en el artículo me llamó la atención que no se hablase de Lafora. Hay pocas enfermedades descubiertas por médicos españoles. Pero la Enfermedad de Lafora es la única enfermedad neurológica que lleva el nombre de un médico español. La única. Fue descubierta en 1911, en un laboratorio de Washington, por un joven madrileño nacido en 1886 llamado Gonzalo Rodríguez Lafora, Don Gonzalo para sus alumnos. Lafora era un científico, neurólogo y psiquiatra de talla mundial. Y un intelectual de prestigio. Discípulo directo de Ramón y Cajal, uno más de la brillante escuela que dejó nuestro Premio Nobel más reputado.
"León se benefició de la brillante escuela psiquiátrica del Madrid de la II República. Porque no ha habido en psiquiatría un núcleo más brillante"
El desconocimiento de la Enfermedad de Lafora y de la figura de ‘Don Gonzalo’ surge del ostracismo que Rodríguez Lafora sufrió desde el inicio de la Guerra Civil. Desde 1936, Lafora, su nombre y su obra, desaparecen de la vida social y científica española. Todo porque Lafora fue partidario del cambio monárquico al republicano. Como lo fueron Ortega o Marañón. Pero estalló la guerra y todo se fue al traste. A Lafora le aconsejan que abandone Madrid; se va a Valencia e inicia un periplo por ciudades europeas dando conferencias. Al final, optó por viajar a Méjico en 1938. Regresó a España en 1947. Pero ya nada era lo mismo. No fue repuesto en sus cargos, se le trató con desprecio y decidió centrarse en su actividad intelectual y privada.
El fuego de su influencia se fue apagando. Las nuevas generaciones ya no le reconocían, ya no volvió a ser Don Gonzalo. Murió en un inmerecido olvido en 1971.
Lafora no estuvo solo en la transformación de la asistencia psiquiátrica en España. Sus coetáneos Sanchís Banús, Villaverde, Sacristán e incluso Ortega y Gasset fueron muy competentes. Puede que la obra de Gonzalo Lafora sea más valiosa como psiquiatra que como neurólogo. Fundó y presidió instituciones que supusieron un formidable avance de la asistencia psiquiátrica entre 1931 y 1936.
León se benefició directamente de la brillante escuela psiquiátrica del Madrid de los años de la II República. Porque no ha habido en psiquiatría un núcleo más brillante. El valor de la Junta de Ampliación de Estudios en este semillero de genios está bien señalado. Uno de los discípulos de Lafora fue el psiquiatra gijonés José Solís Suárez (1908-2006).
En realidad, Solís sería uno de los ‘hijos de Lafora’, ya que era muy joven cuando contactó con él y con José Miguel Sacristán en 1931 en Ciempozuelos. Solís había comenzado Medicina en 1926 y vivió en la Residencia de Estudiantes donde trabó amistad con Severo Ochoa, Grande Covián y los intelectuales que dominaban la Residencia. Y conoció también a su esposa Galia, una geóloga de origen ruso, muy elegante, según refieren las crónicas de la calle.
La red
En Ciempozuelos contacta con el orensano José Salas (padre de la bioquímica Margarita Salas) con Jerónimo Molina y Angel Garma. Garma, Molina y Solís tenían previsto trasladarse a Berlín para conseguir el título de ‘psicoanalista’. Pero solo viajó Ángel Garma. Solís y Molina usarían técnicas psicoanalíticas en sus consultas pero sin serlo realmente.
Llegó la Guerra Civil y el grupo de Ciempozuelos hubo de dispersarse. Solís se fue a Alicante. Al terminar la guerra pasó a Burgos, inhabilitado. Restaurado para ejercer de psiquiatra parece que recibió la sutil indicación de hacer mutis por el foro. Se fue a León en 1941 y allí se dedicó solo al ejercicio privado: «En la calle Alcázar de Toledo estaba el fastuoso chalé del doctor Solís, con un espléndido torreón, y en cuyos bajos hubo durante años una farmacia», cuenta Verónica Viñas en un reportaje sobre los chalés del León antiguo. José Solís no pudo hacer una obra científica porque no se lo permitieron.
No se lo permitieron a nadie con pasado republicano. José Salas, un espléndido conocedor del Test de Rorscharch hizo lo mismo pero en Gijón, donde abrió una buena clínica privada. Y ahí acabó todo. La Guerra Civil nos costó un millón de muertos y al menos 25 años de retraso con los países punteros. Años más tarde, José Solís fue el primer director que tuvo el Psiquiátrico de Santa Isabel, inaugurado en 1965, tal vez por la sencilla razón de que era el único psiquiatra sensu stricto. En las noticias del acto inaugural se recogen discursos de ministros, delegados del Movimiento, del obispo Almarcha, etc. Pero Solís Suárez no aparece citado entre los comparecientes.
Pero así y todo, como sus compañeros decapitados en lo institucional, mantuvo el espíritu que había aprendido en aquel selecto club de Ciempozuelos. Intentó dar a los enfermos mentales la mejor de las atenciones. Fue de los primeros en introducir los neurolépticos y otras intervenciones rehabilitadoras. Nunca olvidó sus años en la Residencia de Estudiantes, como señaló Cristina Fanjul en este periódico, e intentó recuperarla. Y así, siguió viviendo. Hasta su muerte en 2006.
El interés de la historia de la psiquiatría española acaba en 1936. Luego viene un desierto con algún oasis. Es la historia de la investigación científica en España. Algunos quieren convencernos de que todo se reduce a la casualidad, para justificar el Nobel de Cajal en 1906. Nada más lejos de eso. Si algo hizo Cajal fue crear una poderosa escuela que siempre consideró más valiosa que su obra.
Tres de sus discípulos no fueron Premio Nobel por circunstancias imprevisibles pese a estar nominados por descubrimientos que cambiaron la medicina mundial: Pío del Río-Hortega, Lorente de Nó y Fernando de Castro dejaron hallazgos que han salvado muchas vidas. Lo mismo sucedió con la escuela de Lafora, a quien se disputaban estadounidenses y alemanes.
Reconocimiento
«España suele pagar a sus mejores hijos con desprecios, pero están a la altura de los mejores»
Hay que acabar con ese presunto divorcio de los españoles con la ciencia. Parece que solo fuésemos capaces de formar cuentistas. O sea, novelistas. O sea, mito e irrelevancia.
España suele pagar a sus mejores hijos con el mayor de los desprecios. Pero cuando a sus científicos les paga y cree en ellos, estamos a la altura de los mejores. Es lo que demostró Cajal y no pudo culminar Lafora.
El drama de Solís-Lafora y otros muchos. Pero hay que ver lo que dio de sí Don Gonzalo, poliomielítico desde niño, que compró uno de los primeros coches que hubo en Madrid para poder moverse y del que decían: «Ahí van el Ford.. y Lafora».
Lo que da de sí el talento, el sacrificio, el esfuerzo personal. Y sobre todo, el coraje. «En derrota, nunca en doma», dijo el mejor poeta que ha tenido España.