Romerías
Llega Pentecostés, se esparcen las llamas del sol en días interminables. Tiempo que se abrió a los giros de la guadaña y de la hoz, tiempo que se abre a las vueltas de las cuchillas de máquinas que navegan el polvo y los sembrados. Giros y vueltas que llegan de lo más alto. El sol es un peregrino de los puntos cardinales y este es tiempo de echarse a los caminos bajo el cálido abrazo de sus lenguas de luz. Porque nuestra vida está hecha de pasos y caminos que crean nuestros pies para consolarnos de aquel otro camino trazado por el fatal demiurgo que nos lleva sin solución desde el levante hasta el ocaso.
Ahí está el consuelo que añora el que se echa a caminar desde el principio de los tiempos, en busca de los confines de la tierra y el horizonte, el Finis Terrae, fin del mundo y lo existente. O el del homo viator medieval, buscando la salvación y el Paraíso al cruzar las murallas de Santiago, de Roma, de Jerusalén o de la Meca, dando con ello plenitud y profundidad al viaje de su vida. Caminos que desde siempre se reprodujeron en lo más doméstico, en lo cotidiano y en lo simbólico, recorridos y laberintos. Viacrucis dentro y fuera de las iglesias, estaciones y capillas girando las girolas de iglesias y catedrales.
Y así también son las romerías donde el pueblo entero se hace romero, buscando en comunidad la pequeña Roma doméstica, aquella que se esconde en el requejo del monte en forma de ermita, lugar fuera del mundo, plenitud y paraíso por un día donde lo extraordinario se hace fiesta. Romerías que llegan con el sol subiendo a lo más alto y que siguen con su declinar hasta el fin del verano. Ahí San Froilán en Valdorria, subiendo a los riscos de su ermita a principios de mayo, también el brochazo horizontal de los pendones que acuden a Castrotierra, o la subida a Camposagrado desde sus tres laderas. Romerías que avanzan con el verano para multiplicarse sin fin con la Virgen de Agosto en Pandorado, o en Trascastro, en Fornela, entre danzantes y ritmos acompasados de la flauta y el tambor.
Llega Pentecostés, camina el sol y avanzan las romerías. Como la de la Virgen del Villar, en Carrizo, peregrinar que convoca a la Ribera toda, un camino entre cultivos que transitan por lo más alto del verde, reflejo en la tierra de lo que discurre en el cielo. Un ir siguiendo el camino que lleva el sol, allá donde se pone, tras los muros blancos de su ermita. Símbolo, como el de todas las romerías, del discurrir errante e inexorable de la vida misma.