Polvo del Sáhara
El último coletazo del invierno nos sorprendió con polvo del Sáhara. El cielo se tiñó y sobre nuestras cabezas caían las minúsculas partículas saharianas. El mundo a nuestro alrededor adquirió el color sepia de las fotos antiguas como si el pasado se adueñara del presente. Los coches que durmieron en la calle fueron el testigo de la lluvia de arena. Apenas unas gotas de agua fueron suficiente para que todo ello acabara en barro. Y en eso estamos ahora, en el barro político.
El fenómeno atmosférico del polvo del Sáhara, que llega ahora a México, se anticipó a la realidad política con que nos sorprendió Pedro Sánchez poco tiempo después al pactar con Marruecos un proyecto de autonomía para el Sáhara Occidental mientras más de cien mil personas refugiadas en la Hammada argelina esperan desde hace medio siglo un referéndum de autodeterminación con el que España estaba comprometida por las resoluciones de la ONU, que también ha enmudecido.
Hace casi treinta años viajé a los campamentos de Tindouf. Fue en la última caravana humanitaria en la que cooperantes y periodistas atravesaron el Mediterráneo en un barco de Alicante a Orán y luego recorrieron por carretera los casi 1.500 kilómetros hasta Tinduf con coches, autobuses y camiones que se iban a quedar allí para el uso de los refugiados.
Fue una experiencia inolvidable. Llena de color y contrastes. No sólo por las temperaturas extremas —frío de noche y calor de día— en el mes de febrero. El papel de las mujeres en el sostén material de los campamentos y su participación en la vida pública como jueces, políticas, sanitarias o enseñantes contrastaba con el atraso que estaban viviendo las mujeres argelinas, en pleno auge del fundamentalismo. La herencia española de la colonia abandonada a su suerte al morir Franco y emprender Marruecos la Marcha Verde en febrero de 1976 pervivía en la memoria de muchos refugiados. Se habían educado en escuelas españolas de la colonia. Memorizaban las provincias de la península que probablemente nunca pisarían. En 1993 tenían en su cabeza el mapa de 1975: «¿León?... Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia», recitaba de carretilla un locutor de radio.
Los refugiados saharauis, abandonados a su suerte, son ahora moneda de cambio en el tablero del Magreb, donde se juegan el suministro de gas y el control migratorio de la frontera sur de Europa. El polvo del Sáhara va a teñir en breve nuestras facturas con cifras más abultadas mientras países como Italia se posicionan mejor para el suministro de esta materia prima. Y a los niños y niñas saharauis les impedirá disfrutar de sus vacaciones en paz ahora que el covid da tregua. La pregunta es si habrá merecido la pena arrastrarse tanto en Rabat para tener que ir ahora a rastras a Argel. La pregunta es por qué las personas son el último eslabón de la cadena en las decisiones políticas.