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Llega el verano con San Juan, santo del bautismo y del agua, fecha de manantiales y mar, de rocío en la madrugada sobre hierbas de siete nombres y siete fuentes, tiempo de solsticios y fuego purificador, noche corta, noche-puerta que se abre al abismo prometiendo una fuente interminable de amores y aventuras. Es umbral del tiempo, es inflexión, palanca del mundo. Gira el invierno sobre sí mismo y el verano aparece con todo su vigor. Si Cristo nace con el invierno, nace San Juan, el santo de los santos, con el calor y el estío; una línea cruza el círculo del calendario de medio a medio y el tiempo se dobla y se desdobla.

Tiempo de cambio, del invierno al verano y de la noche al día. El día de San Juan amanece con promesas de mutaciones dramáticas y echan a andar personajes de cuentos y leyendas. También en los romances. Así dice aquel tan extendido, que en Noceda cantaban «Madrugara Conde Olinos/ mañanitas de San Juan/ a dar agua a su caballo/ a las orillas del mar».

También es momento de «coger el trebolé» y tantas hierbas del monte, que en Cabreira eran tantas como en otros lugares del noroeste. Las siete hierbas que se ponían al remojo del agua de siete fuentes. Tomillo, hipérico, malva, sabugueiro, ruda, poleo y rosas silvestres que se secaban y envasaban para el uso del resto del año. Es ese San Juan, San Juan cabreirés, fecha que también marcaba el tiempo a partir del cual uno podía bañarse en los ríos a recibir el bautismo del verano libre del miedo al resfriado y la pulmonía.

Y si ahora reina el día sobre la noche, mucho más extendidas estuvieron las hogueras de San Juan que trataban de extender la luz y el calor más allá de lo posible. Fuego protector de la mordedura de alimañas y males sin remedio, fuego de fiesta y alegría, fuego purificador que traía cambio y renovación. Otro fuego, sin duda, diferente al que en estos tiempos nos viene por San Juan. El que se destruye montes como el de las vecinas comarcas que rodean la Sierra de la Culebra. Un fuego que también traerá renovación; se van para siempre los espacios del castaño y del roble, del espacio hecho a fuerza de manos y siglos, para traernos otra cosa, quizás el monte de los molinos de viento o las extensiones de pinos. Se sigue yendo el ser humano con su cultura labrada para traer el desierto y el frío cálculo del beneficio. Y esta vez con San Juan y con su fuego renovador. Triste metáfora.