Clase magistral
Sólo da clase quien tiene estilo, sólo da juego quien sabe perder, sólo es grande quien no ostenta su talla... y si León pierde gente así, entra en déficit. Sin Miguel Ángel Nepomuceno perdemos a un tipo sentado en lo sereno y lo versado, en lo sensible y lo amable, un hombre tranquilo persiguiendo la matemática de la razón, la justicia de la belleza y la armonía de las verdades. Dueño se su propia senda me pareció siempre. Y sin correa, lo que aquí es toda una hazaña. Perderlo no es un lujo que podamos permitirnos, así que hay que obligarse a revisitarle en lo tantísimo que a lo largo de los años fue escribiendo en campos de la historia, del arte o la música; o en sus traduciones, guiones, afiches, comentarios expertos... no se ponía coto, era un andar siempre presto a explorar interiores y viajar a exteriores huyendo de la circunstancia doméstica que nos nubla el mirar y la entendedera. De mucho le valió para alcanzar las metas que se fijara y alcanzara el estar adiestrado además en el silencio escrutador del estratega del ajedrez donde demostró por qué era maestro internacional sobre el tablero, así como prolífico escritor y divulgador de este juego de pasión antigua e interminable. Nepomuceno era mucho más que Nepo.
Sólo jugamos dos partidas en los muchos años de trato y cercanía y no encontré modo de tumbarle el rey aunque él hiciera jugadas chungalís y disparates decidido a dejarse ganar, mientras captaba toda su atención la charla con los amigos que nos acompañaban en aquel ruidoso bar Dorleta. Imposible hallar resquicio. Al final, quedando ya pocas piezas, en cada mirada distraída y fugaz lanzada a la partida le acababa saliendo el piloto automático del maestro y el mate te caía a la cuarta, algo que no puede evitar la inercia del magister y el respeto al arte; y porque con los tontos atrevidos como yo no se debe tener ninguna piedad, aunque se esforzó para que no fuera humillante la derrota. Ese era el estilo que dije arriba: no necesitar apabullar, no hacer sangre ni ruido, no ostentar. Habrá muerto Nepomuceno, pero no su clase magistral.