Diario de León

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Contaba y no acababa Antonio Pereira -el que escribía mejor que hablaba y hablaba mejor que escribía- sobre la rama bastarda de los Álvarez de Toledo que llevaban dos siglos pleiteando y comiéndoles el capital a los legítimos a base de espabilamiento, estudio y situación. Suyas acabaron las tierras de Villafranca, su castillo y el de Corullón con mucho viñedo en el lote. Y relataba la anécdota de uno de ellos que era notario o registrador en Asturias cuando un día llamó a su taxista de cabecera para ir a Villafranca a visitar las viñas, pero coronando el puerto con el Bierzo a la vista se percató de un grave olvido indicando al taxista que diera la vuelta; y es que iba con su traje habitual y no con la ropa que le exigía el visitar los viñedos, traje de pana y bota de media caña parecido al usado en cacerías de postín. Y volvió para vestirse ad hoc. Cada teatro de operaciones exige su disfraz.

Recordé esto al ver a la autoridá untonómica visitar el gigantesco «evento» en llamas de la Sierra de la Culebra: Mañueco presidente, Quiñones consejero y un otro alto cargo, supongo, porque iba vestidito igual que ellos, de sport con chaleco color sáhara y multibolsillos (vacíos) como los que usan pescadores y cazadores (¿y si en realidad iban a pescar o a cazar algo?), ropa ideal para visitar catástrofes de campo o hacerse foto electoral junto a una vaca. ¿Coincidencia casual?, ¿fueron los tres a casa a vestirse así al decidir asomar a la tragedia como en ropa de brega o tienen ya estos chalecos en el armario del despacho porque, ya quedó dicho, cada teatro de operaciones exige su disfraz, que en este caso era la visita a un «viñedo» en llamas?... Y la verdad es que pescaron la monumental furia y abucheo de lugareños tras cinco días ardiéndoles la garganta de tanto pedir inútilmente auxilio y no ver modo. Y como vio la autoridá que podrían correrles a gorrazos, abandonaron el lugar a toda velocidad en sus coches vergonzantemente más que avergonzados. Atrás dejaban una catástrofe bestial que hará decir a algún viejo paisano «no tengo ganas más que de morirme».

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