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Se caen las puertas de Constantinopla y ustedes siguen hablando del sexo de los ángeles. Algo así les han dicho los países bálticos a los 27 en la reunión que ayer mantenían para tratar el aval a la candidatura de Ucrania. Se caen las puertas de Constantinopla. De hecho, esta nueva Bizancio que ha logrado forjar la UE lleva tiempo bajo el fuego de la decadencia, aunque sus habitantes prefieran mirar hacia otro lado. El incendio que ha arrasado 30.000 hectáreas en la sierra de la culebra es la demostración de que todo tiene que cambiar, de que la política ya no sirve para resolver un mundo que no es el que cuantos nos gobiernan tienen en el marco de su pensamiento.

El cambio climático no es una promesa, ni siquiera una amenaza. Es la certeza de que no es posible continuar en la rueda de usar, contaminar y tirar. A efectos políticos, no se puede llenar las consejerías de asesores de la nada mientras los bomberos forestales se quedan en casa. Si hubiera decencia, no habría burócratas que miran hacia otro lado, porque saben que despedir en invierno hará que no quede nada que salvar al cabo del verano.

Nos espera un enero de rechinar de dientes en el que nuestra única posibilidad será contar con un ecosistema preparado. Dicen que el hombre es el animal que introduce la entropía en la naturaleza y me pregunto si no hay nadie con la visión política de pensar que ni siquiera ellos sobrevivirán cuando el cambio sea irreversible.

Hoy piden dimisiones como si el próximo que viniera fuera a hacerlo mejor. Hoy, desde el PSOE exigen con postureos y pretendida indignación que se cese al consejero cuando todos ellos han contribuido a que cientos de animales hayan muerto y la economía esté devastada. El bambi calcinado es el ejemplo de lo que nos espera si no se pasa ya del maquillaje a la estética. Todos somos de Otero de las Bodas y estamos igual de chamuscados. El miércoles, Pedro Sánchez se hizo la foto en el fin del mundo. Antes, había ido Mañueco. Sin embargo, la Sierra de la Culebra queda para quien es.