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Hubo un primer ministro irlandés que en un programa de televisión soltó que los gaélicos no practicaban sexo. Hubo un silencio tan largo como el que se produciría si todos los periodistas habláramos sólo de lo que sabemos. El hallazgo del político se produjo en medio de una acalorada discusión acerca de si Irlanda debía legalizar el uso de anticonceptivos.

Algo así ha pasado con el vicepresidente de la Junta, al que ya conocen en medio mundo —que hablen de uno aunque sea bien— gracias a su disposición a confundir la gimnasia con la magnesia y soltar que la hipersexualización es la razón por la cual media España se hunde en el invierno poblacional.

No tengo ni idea de lo que quiere decir Juan García Gallardo con el hiperpalabro, si se refiere al sexo casual, al sexo por el sexo, al sexo por diversión, al sexo tántrico o al sexo vicario, pero el caso es que debería hablar de sexo quien lo ha practicado alguna vez.

Porque en este debate —puede que me equivoque— el que defiende que el sexo ha de tener como fin la procreación no ha tenido hijos, lo que me lleva a pensar que tampoco habrá experimentado ningún tipo de relación social más allá del café y el pitillo. Lo de antes, de momento, no lo conoce a no ser que sea the great pretender

Dicen que la ignorancia es muy atrevida y en temas sicalípticos, además, triste. No voy a venir a esta contraportada con sandeces facilonas, pero no hay nada más humano que utilizar el sexo por motivos recreativos. Lo otro es pura biología, pura animalidad, ausencia de cultura. Cualquier momento es bueno para comenzar y nunca es tarde, pero lo realmente importante es hablar siempre con perspectiva humana, sin que los prejuicios nos impidan tener una vida plena y no hacer el ridículo. Si lleváramos la teoría de Juan García Gallardo hasta sus últimas consecuencias, en el noroeste español nos pasaríamos el día follando y, sin embargo, en Valladolid practicarían el método ogino para no volverse locos.