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La historia es tan sencilla que un cuento infantil la contiene en toda su profundidad. El Muro, de Emma S. Varela, muestra a niños y niñas la trascendencia de vivir a un lado o a otro de la pared de cemento en una ciudad llamada Ratópolis.

Esta semana, mientras Marruecos se esforzaba en enterrar a toda prisa los cuerpos de las víctimas que trataron de saltar la valla de Melilla y fueron brutalmente atacados por la policía marroquí, Emma Ilusionetta, el alter ego cuentacuentos de la escritora leonesa, se afanaba en relatar la historia de El Muro al público infantil, docente y familias que acudieron a la graduación de alumnado apoyado por la Fundación Secretariado Gitano en León, en su camino al éxito educativo. Una hazaña para un colectivo del que nos aparta un muro cementado con prejuicios y con la desigualdad que arrastra el pueblo gitano por siglos de marginación y persecución.

Levantamos muros celosos de que no asalten nuestro bienestar los africanos de cuyas tierras extraemos gran parte de las riquezas que nos mantienen en esta suerte de paraíso: el 31% del petróleo que consumimos (Nigeria y Angola), el 58% del gas (Argelia) por no hablar del coltan de la República Democrática del Congo esencial para fabricar móviles. Pero menos del 1% de la inversión española en el extranjero se realiza en África, un continente en el que China ya ha puesto sus pies y sus manos para la conquista de la nueva era.

Más grave aún es que para apuntalar la frontera sur España, con el beneplácito de la Unión Europea, ha entregado al pueblo saharaui refugiado en la Hammada argelina desde 1976 con su aprobación de estatuto de autonomía para el Sáhara Occidental, olvidando el mandato de la ONU que reconoce su derecho a la autodeterminación. Europa, Estados Unidos y España sujetan una dictadura que no tiene pudor en vulnerar los derechos humanos y nos avergüenza como nación y aniquila la cínica superioridad moral.

El Gobierno español justifica la sangre derramada por las personas migrantes asesinadas y el sufrimiento de los detenidos con un argumentario de la extrema derecha que cabalga sobre Europa. A Pedro Sánchez se le llena la boca de supuestas medidas por la clase media trabajadora, sin mencionar a la clase opulenta que aumenta y aumenta sus beneficios a costa de la precariedad y horarios interminables. La historia de Emma S. Varela, que le ha hecho merecedora del séptimo Premio León Ciudad por el Comercio Justo, es un rayo de esperanza en este distopía de civilización que levanta muros metálicos manchados de sangre y muros mentales cuya argamasa es la mentira y la hipocresía. Los pequeños ratones de Ratópolis son capaces de abrir un agujero en el muro y dejar fluir la humanidad. Es una utopía y hay que sembrarla.