Pisapraos
En aquellas noches en las que nos acostumbró a que no dejaran de escucharse los hermosos aullidos del lobo, el amigo Félix se olvidó de alertarnos de los peligros que representaría para la flora y la fauna autóctona el pisapraos: una especie invasora, como el cangrejo señal, el plumero de la pampa o el consejero de la Junta. No tuvo visión para avistar el riesgo del ejemplar que abunda en esta época, cuando se tiende sobre las camperas la hierba que arruina con su paso arrogante, impertinente y torpe. Todo el monte es orégano para el espécimen que se ha expandido hasta hacerse con el ecosistema de lo que bautiza con el cartel de «la ruralidad, el rural o la España Vaciada». En ese medio, con la visión urbanita y el complejo de superioridad moral, adobado de buenismo lo que siempre se conoció como idiota, olvida que en los pueblos vive gente, no son decorados, ni están ahí para servirles cuando deciden tener una aventura, un paseo que les permita identificar después en los lineales del supermercado que la leche no viene del tetratbrick, las patatas no las fabrica McDonalds, ni la ensalada florece en una bolsa de plástico. En serio, tío. La naturaleza, domesticada, se convierte en un parque temático, accesible. Si no cruzarían por mitad de la Ronda en hora punta en zapatos de tacón de aguja a la pata coja, dónde van en chanclas, sin agua, ni preparación alguna, por Picos de Europa para coronar una cima con el único interés de exhibirlo en el tablón de anuncios del Instagram. Luego, terminan con asiduidad en el parte del Greim de la Guardia Civil.
La pandemia ha favorecido el asentamiento del pisapraos en la cadena evolutiva con el término de homo decathlonensis, equipado como un maniquí pero sin habilidades físicas más allá del dedo prensil, un peldaño por encima del tronista y otro por debajo del cuñao. En el Greim están hartos de atenderlos. Tienen ejemplares de todo tipo. El que iba en zapatillas de pasear por Ordoño con una mochila que pesaba más de 30 kilos, en la que llevaba un dron, un ordenador y libros, y se perdió por una canal de Caín durante dos noches; los que viajan con GPS, tracks, relojes deportivos y toda la última tecnología, pero tienen que pedir auxilio para que les recojan porque no saben cómo guiarse; los que demandan el helicóptero porque explican que se han torcido un tobillo, aunque luego corren al bajarse para entrar los primeros en el coche… Si no se han preparado antes y quieren vivir una aventura, prueben a darse un paseo por el parque de San Isidro. Al menos, el hospital queda cerca. ¿Te ayudo yo, pisapraos?