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«Señor Rajoy —decía Pedro Sánchez en el último debate sobre el estado de la Nación celebrado en 2015— le sale usted muy caro a los españoles». Aquél año el gas había subido un 13% y la luz un 10%. Hoy, los precios están por las nubes. En comparación con los precios de 2021 la gasolina ha subido 51%, el gasóleo un 66 %, el gas un 300% y en pleno verano el precio de la luz se ha disparado un 250% más.

Sánchez pasa ahora de puntillas sobre estos registros y le endosa la responsabilidad a la «guerra de Putin». Como si el personal no supiera cuando empezó la invasión de Ucrania y en qué niveles inflacionarios navegaban los precios antes de la guerra. Todo vale con tal de esquivar la responsabilidad política de la gestión de los asuntos del común.

Ninguna de las medidas adoptadas hasta la fecha para hacer frente a la escalada de los precios ha surtido efecto. Topar el precio del gas —la cien veces anunciada «excepción ibérica»— no ha contenido la subida del precio de la luz en un verano que ha irrumpido con una oleada de calor que elevará el consumo. El resultado es un panorama que se compadece mal con el relato triunfal al que nos tiene acostumbrados Sánchez. Consciente de que la economía es el talón de Aquiles del Gobierno y con el recuerdo de que fue la mala gestión de la economía española (Zapatero) la que determinó en 2011 la derrota del PSOE, la estrategia por la que apuesta Sánchez es acentuar el giro político.

Parece que la pretensión de Sánchez es que ése giro más a la izquierda se anticipe a la todavía evanescente operación política que está organizando la vicepresidenta Yolanda Díaz. Sánchez sabe que su tiempo se agota y va a intentar radicalizar su discurso apostando por una fórmula que le salió bien cuando le echaron del PSOE y volvió. Dado el deterioro de imagen y la pérdida de credibilidad que reflejan las encuestas, está por ver que esta vez el giro radical le funcione.