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Voici lo nuestro, lolailo... voilà la France, oh lalá... aquí, ecos franceses ya nacionales... allá, la madre que nos parió cosas y modos. Si miráramos más a Francia, entenderíamos mejor un León que tuvo hasta reina francesa; alguna matriz de lo nuestro está allí. Valga un dato: monjes franceses nos enseñaron a hacer vino y de su concilium monacal nació el concejo vecinal; y franceses son los dos santos más populares por aquí, san Roque y san Martín, de Montpelier y de Tours. Sin embargo, ya no hay eco francés en una España que hasta los 70 consumía buena dieta de música y cine en la lengua de Voltaire; resuenen aquí algunos ecos que al instante volverán a disiparse: Françoise Hardy, Edith Piaf, Charles Trenet, Mirelle Mathieu, Maurice Chevalier, Ives Montand, Gilbert Bécaud, Belmondo, Brigitte Bardot, Dalida, Aznavour, Jacques Tati, Serge Gainsbourg, Jane Birkin, Juliette Gréco, Alain Delon, Adamo, Catherine Deneuve, George Brassens, Mylène Farmer, Depardieu, Jean Renoir, François Truffaut. Michel Piccoli, Anouk Aimé, Jean Luis Trintignant, Philippe Noiret, Jean Gabin, René Claire, Claude Chabrol, Julien Clerc, Sacha Distel, Johnny Halliday, Mary Laforèt... por no hablar de Sartre, Cocteau, Maritain, Camus... Francia resonaba y en los institutos daban francés más que inglés. Sin embargo, hoy Francia cae lejísimos, aunque estos días tenemos la oportunidad de ver tanta familiaridad en sus campiñas y pueblos, casas o cultivos. Esa nación resume a Europa y el Tour es su escaparate: qué pueblos sin estridencias, qué bosques de espesura alpina, qué palacios y castillos, qué territorios tan bien ordenados... Con la vista de pájaro que nos proporciona esta prueba ciclista aprenderían algo nuestros políticos, sobre todo ministros y consejeros de agricultura y los concejales de urbanismo. Debería condenárseles a ver cada día este instructivo vuelo. Aún les queda una última semana. Háganlo. Observen, fíjense. Aquí el copiar no es algo feo como tanto de lo que plagian o les venden, sino una obligación. ¡Miraros en ese espejo, cojones!, clamó Otavito.